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EL COMENTARIO DE HOY

Comer por sorteo

FRANCISCO AMPARÁN

El recientemente galardonado Juan Villoro, al calor de unas laguneras chilacas con queso regadas con cheve, nos contó la elección más terrible y bizarra que había tenido que hacer en su vida: en la época en que vivía en Barcelona, alguien le consiguió boleto para un partido clave de los blaugrana, no recuerdo si una semifinal de la Champions o un derby con el Real Madrid. Algo así. Cuando ya estaba preparando sus bártulos de auténtico fanático (Juan ha sido fundamentalista culé toda su vida), otro amigo le notificó que se habían sacado algo así como la lotería: les había sido asignada una reservación para el restaurante El Bulli, según los especialistas, el mejor del mundo... y el de más azaroso ingreso para los comensales. El problema es que la reservación era para el mismo día que el juego. Volver a tener una oportunidad como ésas podría tomar el resto de sus vidas. O las siguientes dos reencarnaciones, en vista del karma de baño de central camionera que, evidentemente, se estaban cargando en ésta.

Total, el Barca juega a cada rato; y con las inversiones realizadas es perfectamente posible que vaya a semifinales de la Champions con bastante frecuencia. Juan escogió El Bulli.

Por respeto a las chilacas laguneras (y las papas en papel aluminio y las cebollitas tatemadas y todos esos mugreros con que uno llena a la concurrencia para que no se acabe la carne asada) no dijo que aquélla había sido la mejor comida de su vida. Pero supongo que así fue. Al menos, supongo que valió la pena la elección. Y ello, porque los que saben de estas cosas así lo aseguran: El Bulli es una experiencia de otro mundo.

La cual puede ser gozada únicamente por azares del destino: uno pide la reservación, y espera que su número salga en una tómbola. Las posibilidades son semejantes a pegarle al Gordo de la Lotería, dado que el restaurante no es particularmente espacioso y sólo abre seis meses al año. Y algo así como un millón de personas participan en el sorteo.

Una comida en El Bulli cuesta 230 euros, unos 4,300 pesos mexicanos... una tercera parte de la cuenta que dejó pendiente de pagar el imbécil que balaceó a Salvador Cabañas... para que se den una idea de los niveles de naquez que se alcanzan en este país. Así pues, el mejor restaurante del mundo no es, ni de lejos, el más caro.

El chiste es que en El Bulli se puede degustar platillos únicos en el planeta, elaborados mediante procesos inéditos, como tratar el queso Gorgonzola con nitrógeno líquido para crear un manjar con toda la apariencia de un huevo de dinosaurio. Cosas así.

Pero su dueño, Ferrán Adriá, anunció la semana pasada que El Bulli cerrará sus puertas durante dos años a partir de 2012. ¿La razón? Desestresarse y experimentar con nuevos procesos e ingredientes. Y dar nuevas sorpresas en 2014... cuando es de suponer que, por la espera, varios millones ya hayan solicitado su reservación.

¡Qué tumulto! Por eso nos conformamos con... las de adobada del beis.

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