A medida que los Juegos Olímpicos fueron perdiendo su pureza espiritual (suponiendo sin conceder que alguna vez la tuvieran), mucho del simbolismo original devino calamitosa mercadotecnia y simple faramalla: circo, maroma y teatro, que no tenían nada qué ver con la esencia original de quienes fatigaban las pistas en Grecia hace 25 siglos o más.
Como parte del teatro en que se convirtieron esos certámenes atléticos, a alguien se le ocurrió que una antorcha debía de ser encendida en el lugar de origen de los Juegos, y luego ser transportada en relevos hasta la ciudad sede del evento en turno. Por supuesto, los participantes en el relevo (o sus patrocinadores) han de aportar una corta feria para tener ese honor. Y hasta eso, la antorcha se la pueden llevar luego a su casa. Es uno de los adornos de chimenea más caros (y feos) que se pueden adquirir en este planeta.
Como es de imaginarse, en los Juegos Olímpicos originales no existía tal ceremonia. Que la llama olímpica la prendieran con espejos y luz solar resulta tiradísimo de los pelos, dado que había otra docena de maneras más simples de hacer fuego. Y que éste fuera encendido por sacerdotisas es francamente delirante: las mujeres tenían prohibidísimo acercarse siquiera al sitio de las competencias. Y las sacerdotisas griegas, de lo que fueran, rara vez veían la luz del sol... menos la iban a aprovechar para prender antorchas o freír quesadillas.
Pues bien (o pues mal): a alguien se le ocurrió que, para el deporte más visto y con más aficionados en el mundo, debía existir una ceremonia semejante. De manera tal que, para abrir boca, la semana pasada una asociación civil llamada "Espíritu del soccer" hizo una representación del que se considera el primer partido de futbol moderno de la historia, y en el lugar original: el Parque Battersea de Londres.
Fue en ese sitio donde el 9 de enero de 1863 se enfrentaron los "Claros" contra los "Oscuros", para probar el conjunto de reglas que días antes habían sido aprobadas en una cantina (como tenía que ser) por los representantes de los equipos que, en esa época, más o menos jugaban algo parecido al futbol.
En este 2010, "Espíritu del soccer" vistió a su miembros a la usanza: los jugadores portaban grandes mostachos y patillas, pantalones hasta las rodillas y pateaban la pelota mientras fumaban su pipa. Las reglas, cabe hacerlo notar, no eran las actuales, y algunas conductas hoy consideradas si no impropias, sí criminales, estaban permitidas. Pero a partir de ese esfuerzo por reglamentar el "juego bonito" despegó lo que hoy tan efectivamente sirve para embrutecer a las masas y que se olviden de la pandilla de ladrones e ineptos que tienen en sus manos al país... bueno, al mundo.
El propósito último de "Espíritu del soccer" es irse pateando un balón desde Battersea Park hasta Sudáfrica, a tiempo para llegar al partido inicial en que los Ratoncitos Verdes mostrarán universalmente sus vergüenzas. Faltan patrocinadores y algo de organización. Pero, aquí entre nos, esa propuesta tiene más sentido y belleza que la del relevo de la antorcha olímpica. Digo, patear un balón durante tres o cuatro cuadras, cualquiera. Y gratis.