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EL COMENTARIO DE HOY

J. D. Salinger

FRANCISCO AMPARÁN

Como su nombre lo indica, la película "Teoría de la conspiración" (Conspiracy theory, 1997) trata de esa manía que tiene mucha gente de explicarse todos los acontecimientos contemporáneos (de las fallas garrafales de Darwin Quintero a la intervención norteamericana en Afganistán) a través de gigantescos y enredados complós de fuerzas oscuras y de alcance planetario. Según esta visión, los gobiernos del globo son manejados por hábiles titiriteros que operan en las sombras, y los ciudadanos comunes y corrientes no tenemos la más remota idea de quiénes toman en realidad las decisiones.

En el caso de la película, un taxista seguidor y creyente de todo tipo de teorías conspirativas, interpretado por Mel Gibson, resulta tener razón y le atina a una. Debido a ello empieza a ser perseguido por las fuerzas del mal, que previamente ya le habían lavado el cerebro. Y por eso procede a comprar la novela "El guardián en el centeno", de J. D. Salinger. Así es como lo pueden localizar los malosos.

¿Por qué esa novela en específico? Bueno, porque según la leyenda urbana, constituye la lectura previa realizada por casi todo homicida famoso digno de mención. La leyó Hinckley antes de atacar a Reagan, la traía en su abrigo Chapman al balear a Lennon.

Ésa es una de tantas historias extrañas relacionadas con esa novela. Publicada en 1951, "El guardián en el centeno" se convirtió con gran rapidez en un fenómeno literario, e hizo famoso a su autor, J. D. Salinger. Al mismo tiempo, devino objeto de culto para una generación tras otra de jóvenes rebeldes que piensan que el mundo de los adultos no los comprende y es él mismo incomprensible. Para muchos adolescentes, leer "El guardián en el centeno" es una especie de rito de paso, una afirmación de que su rebeldía y confusión no son únicos, que no están solos. Ello ha mantenido en prensa a ese pequeño libro durante casi sesenta años, e hizo asquerosamente rico a su autor.

El cual murió la semana pasada, a los 91 años de edad, luego de haber pasado las últimas décadas viviendo como ermitaño. Salinger era enemigo del escrutinio público, y odiaba el éxito que había obtenido su única novela. Por ello jamás vendió los derechos fílmicos y dejó de publicar en plena madurez. Salinger era, como nuestro Juan Rulfo, el típico autor de una obra maestra, que tiene que pasar el resto de su vida escuchando la pregunta de cuándo va a repetir la hazaña. Para evadir a los latosos, Salinger sencillamente abandonó el mundanal ruido y mandó al planeta a freír espárragos.

Sí, en cierta forma él también era un rebelde adolescente... de más de noventa años. Hay gente que se niega a madurar. Y con razón.

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