Imaginarse dos países más diferentes entre sí que Suiza y Haití, la verdad, está difícil. Uno está lleno de montañas nevadas, es asquerosamente limpio y ordenado, su población es de las más prósperas de la historia y todo funciona con la exactitud... sí, de un reloj suizo. El otro está en el trópico, sufre de rezagos seculares, su población es pobre de toda pobreza y lleva dos siglos siendo un Estado fallido. Hasta donde yo recuerdo, el peor desastre natural que se ha abatido sobre Suiza fue cuando se murió un borreguito que era amigo del que Heidi siempre traía pa'rriba y p'abajo, sin provecho visible alguno. En cambio a Haití, ya sabemos cómo le va con huracanes, terremotos y surrealistas dictadores sanguinarios.
El caso es que un acontecimiento ocurrido la semana pasada conectó de manera directa a estas dos naciones tan disímiles. Y, ¡aleluya!, en beneficio de la más fregada de ellas.
Parte (pero sólo parte) del atraso abismal de Haití se debe a que durante casi treinta años ese país estuvo sometido a una dictadura delirante: la de la familia Duvalier, que entre 1957 y 1986 fue ama y señora de vidas y haciendas en la primera república negra de América. Primero Francois "Papá Doc"; y desde 1971, su hijo, Jean-Claude, mejor conocido entre la raza como "Baby Doc". Estos brutales dictadores saquearon sin empacho el país, con una mezcla de represión, cinismo y vudú. Hasta que en 1986, el ejército se aprovechó del descontento popular y "Baby Doc" tuvo que dejar el poder y la isla. Junto a su familia, se refugió en Francia, en donde se supone que aún tiene su residencia.
Pero como buen dictador bananero, había puesto su dinero a buen recaudo en la Confederación Helvética, al cuidado de los Gnomos de Zürich. En Suiza, pues. Y ello, por la fama que tenía el país alpino de cuidar todo tipo de dineros, ganados a la buena o a la mala, con total discreción.
Pero el famoso secreto bancario suizo ya tiene rato que presenta sus grietas. Aunque por lo general a los suizos les ha importado un rábano lo que opine el mundo (sobre ellos o sobre cualquier otra cosa), hará cosa de diez años que se han sensibilizado a las críticas (justas) de que a sus bóvedas han ido a dar los recursos de países dejados en la miseria por los cleptócratas que los han saqueado. Y con ello, los niveles de impunidad de los grandes ladrones (recuérdese a Raulito Salinas) han descendido abruptamente.
Pues bien, de acuerdo a esa política, el año pasado una Corte suiza dictaminó que los fondos de la familia Duvalier (unos 5.7 millones de dólares) deberían ser devueltos al pueblo de Haití. Los Duvalier apelaron la decisión, y consiguieron que la Suprema Corte de Justicia suiza la revocara... sólo para que, por primera vez en la historia, el Consejo Federal Suizo, el máximo órgano del Ejecutivo, a su vez echara para atrás esa decisión judicial: el dinero debe ser para el pueblo haitiano, digan lo que digan los empelucados de la Tremenda Corte.
Por supuesto, de aquí a que se arregle ese embrollo, pasará un rato. Pero da gusto que haya una buena noticia para ese pueblo tan castigado. Y además, pegándole de palos a quienes tanto lo dañaron.