En cierta forma, Ciudad Juárez se ha convertido en resumen y símbolo de casi todo lo que está mal con este país: la falta de autoridad y gobierno que permiten la más absoluta impunidad a los delincuentes. Índices de descomposición social impresionantes. Corrupción rampante y omnipresente. Actuaciones de las fuerzas "del orden" que resultan contraproducentes. Y una clase política más activa en estar grillando y ponerse zancadillas, que en atacar las causas reales del sufrimiento de una sociedad que ve cómo su vida diaria se desmorona sin poder hacer nada al respecto.
Los índices de criminalidad en Juárez han ido subiendo logarítmicamente en lo que va del sexenio. Decenas de miles de personas han abandonado la ciudad ante el ambiente de guerra que se vive, huyendo de las extorsiones que han obligado a cerrar cientos de negocios. El promedio de asesinatos alcanzó los siete por día el año pasado. Ante esta situación, la respuesta de los tres niveles de Gobierno fue o cruzarse de brazos, o empezar a dar palos de ciego que le restaron imagen y credibilidad al Ejército, encargado de labores que no le corresponden.
Pese a ese ambiente infernal, no fue sino con la masacre de jovencitos ocurrida la semana pasada, cuando la clase política se dignó volver la mirada a aquella mártir población. Pero claro, siendo políticos mexicanos, lo hicieron sólo para enseñar el cobre y dejar perfectamente asentado que siempre están dispuestos a sacar raja de lo que sea, incluso del sufrimiento de padres que han perdido un hijo.
El Gobierno Federal envió al Secretario de Gobernación a ofrecerles disculpas a los deudos, ya que en su primer comentario sobre el suceso el Presidente Calderón tuvo la ligereza de hablar de un pleito entre bandas. Como siempre, según Calderón, los malos son los únicos que mueren en este país. Cuando quedó claro que la mayoría de las víctimas eran adolescentes sanos, estudiosos, inocentes, en Los Pinos tuvieron que desdecirse. Y para mayor efecto, enviaron a un personaje de alto calibre... el cual fue recibido por los enlutados con desprecio, y reclamos de que quien debería estar ahí era Calderón.
Por su parte, el Gobierno Estatal tomó una decisión desconcertante: trasladar los poderes a Ciudad Juárez. En qué le puede ayudar a la seguridad juarense esa medida, no queda claro. ¿Mejorar la coordinación? ¿Espantar a los malhechores sabiendo que llegaron a la ciudad docenas de políticos? ¿Tener más a la mano a los jueces para procesar cuanto antes a los malosos atrapados... es decir, si es que atrapan a alguno?
El asunto parece más mediático que efectivo. Y enojó todavía más a la población juarense, que está harta de pleitos entre autoridades y simples golpes mediáticos para la prensa. Quizá el mover los Poderes a Juárez no haya sido buena idea... ahora la indignación social le quedará muy, pero muy cerca, a un gobernador que siempre ha marcado su distancia. A ver cómo le va.