Uno de los 3,567 obstáculos debido a los cuales México no progresa es que, en gran medida, seguimos peleando las mismas guerras que en el pasado. Nunca cerramos ciclos ni buscamos la reconciliación. En nuestras primarias, la Conquista de Anáhuac (que no de México, porque ese país no existía en el siglo XVI) sigue ocurriendo una y otra vez. A los huesos de don Porfirio no los dejan regresar al país que defendió con la espada en la mano porque, según esto, sería traicionar a los revolucionarios... que se mataron entre ellos, sin que Díaz tuviera nada qué ver. Por supuesto, tener pleitos permanentes difícilmente permite llegar a acuerdos, ver con claridad el rumbo futuro del país, cerrar heridas para que cicatricen.
Una de esas pugnas absurdas es la que se ha venido desarrollando entre quienes están a favor y en contra de la ley que, en el DF, permite el matrimonio de parejas del mismo sexo. Absurda, porque se trata de un asunto privado, entre adultos, y que tiene que ver con un compromiso entre seres humanos. A mí eso, en lo personal, ni me viene ni me va. Además, todo el mitote parece un reciclaje (bastante chafa) de los pleitos ciegos de la Guerra de Reforma. Ahora resulta que, una pareja que se quiere, amenaza la estabilidad de una sociedad civilizadísima, que genera analfabetos, narcos y desempleados a carretadas. Ahora resulta que quienes critican esas uniones ponen en peligro al Estado laico... La verdad, como dicen los chavos, ¡ya bájenle!
El colmo del absurdo es que el Gobierno del Estado de Jalisco acaba de iniciar una controversia constitucional en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, precisamente en contra de algunas reformas de la legislación civil ¡del Distrito Federal! en materia del matrimonio entre parejas del mismo sexo.
Una manifestación más de lo contrahecho que está este país. Una entidad de la república mete las manotas en la legislación de otra, que se supone goza de autonomía y crea sus propias leyes según le da la gana.
El Gobierno de Jalisco presentó una serie de razones bastante rascuaches para andar promoviendo una desmesura de ese tamaño. Entre otras, que lo hecho en el DF podría intentar tener validez legal en Jalisco, lo que causaría un galimatías jurídico.
Ciertamente, lo aprobado por la Asamblea del DF dejó muchos cabos sueltos. Pero ¿puede un estado dizque-libre-y-soberano meterse en los asuntos de la Sede de los Poderes porque no entiende hasta dónde llega la jurisdicción de sus leyes?
Y a todo esto, ¿Jalisco no tiene problemas más urgentes y perentorios que atender, aparte de lo que hayan hecho o dejado de hacer en el DF? ¿No debería el gobernador de Jalisco ocuparse de asuntos que sí tienen que ver con el bienestar de los jaliscienses... sean homos o machitos?