Leyendo las crónicas de generales y soldados, las memorias de los altos mandos y los relatos de la perrada que participó en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial en Europa, una cosa queda clara: el sentimiento de alivio, tanto en el bando aliado como en el alemán, cuando se dio a conocer la noticia de la muerte de Hitler. De alguna manera, el que saliera de circulación el dictador significaba que la guerra estaba, para efectos prácticos, concluida. Y efectivamente: sólo continuó una semana más después de la muerte del imitador de Chaplin (¿O era al revés?).
Claro que la guerra en Europa se detuvo no sólo por que Hitler había muerto, sino porque el régimen que él había creado se hallaba colapsado. Pero a la gente le gustan esos simbolismos: la muerte del líder traerá consigo el fin de la pugna. O como dicen en mi barrio: muerto el perro, se acabó la rabia.
Por ese tipo de asociaciones mentales, mucha gente dentro y fuera de los Estados Unidos tiene la idea de que sencillamente no ganarán nunca la famosa guerra contra el terrorismo; y ello, porque el símbolo de todo lo que amenaza al American Way of Life continúa suelto por ahí: ocho años, dos guerras y miles de millones de dólares después, Osama bin Laden y su protector, el jefe Talibán Muhammad Omar, siguen prófugos. El país más poderoso del mundo no le puede echar el guante a quienes declaró enemigos públicos número uno y los más buscados en este planeta.
La búsqueda de Osama bin Laden, que en los primeros meses posteriores al 11 de septiembre se convirtió en una obsesión, ha disminuido su intensidad, por dos razones: la primera es que se duda que sea todavía una amenaza para los Estados Unidos. Acorralado en las montañas de la frontera afgano-pakistaní, difícilmente puede controlar redes fuera de su entorno inmediato. En ese sentido, aunque no lo hayan capturado, se supone que está neutralizado.
El Mullah Mohammad Omar, el líder religioso de los Talibán es considerado todavía menos amenazante. Se supone que es su función era más de guía espiritual que de gobernante y conductor político. Sus capacidades de organización militar son mínimas, según los servicios de Inteligencia.
La caída del máximo mando militar de los Talibán, Abdul Ghani Baradar, capturado en Karachi hace un par de días en un operativo pakistano-americano, se considera el mayor éxito conseguido por Estados Unidos en todos estos años. Según expertos, Baradar era quien dirigía personalmente las operaciones de los Talibán, que habían estado escalando en intensidad los últimos meses. En teoría, los fanáticos se quedaron sin guía y desmoralizados.
Pero además, Baradar puede ser un tesoro de información, no sólo acerca de las operaciones militares de los Talibán... sino sobre la localización de quienes se han mostrado tan elusivos... y a quienes a Estados Unidos le encantaría capturar. A ver qué le sacan... y si éste es el principio del fin de una guerra insensata y desgastante.