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EL COMENTARIO DE HOY

Energía nuclear

FRANCISCO AMPARÁN

Cuando la ideología interfiere con la terca realidad, hay dos caminos: o se le hace caso a la realidad, que siempre (¡siempre!) termina imponiéndose; o bien se sigue a pie juntillas lo que dicta la ideología, persiguiendo dragones míticos y cerrando los ojos a lo que ocurre en el mundo objetivo... lo que suele terminar en desastre.

Algo así le ha ocurrido a México con un montón de asuntos. Pemex se vuelve chatarra, importamos gasolinas desde la India y se cae la producción de hidrocarburos ¡por defender la soberanía! O sea, que según esa lógica, mientras peor nos va, mientras más pobres nos volvemos, resultamos más soberanos. Somos el único país en el mundo que no admite inversión privada en el sector petrolero, ¡pero tenemos la razón! ¡Todos los demás, la mayoría más exitosos que nosotros, están equivocados! ¡Mejor que nos chupe la sangre el sindicato mafioso de Romero Deschamps que una eficiente compañía extranjera! ¡No cambiaremos el petróleo por espejitos: lo tiraremos a la basura pagando una burocracia inútil y parasitaria!

Pero no se crean que sólo en México ocurren esas cosas. En Estados Unidos, por ejemplo, lo que se considera políticamente correcto suele interferir con lo que dicta la racionalidad. Y como allá la sociedad civil se moviliza por mil y una causas, a veces resulta muy complicado hacer lo que se puede, y no (como lo quieren muchas buenas almas) lo que se debe.

Por ejemplo: durante mucho tiempo resultó políticamente incorrecto proponer la energía nuclear como alternativa. Muchos grupos liberales y de izquierda planteaban el uso del átomo para producir electricidad como punto menos que venderle el alma al diablo. Se pintaba a la energía nuclear como un paso previo al Apocalipsis. En gran parte porque, en marzo de 1979 (¡hace más de 30 años!) una planta atómica situada en Three Mile Island, Pennsylvania, tuvo un mal funcionamiento (la verdad, ni accidente puede llamarse) que le pegó un buen susto a todo mundo. Pero de ahí en adelante, hablar de expandir el sistema de plantas nucleares en Estados Unidos se volvió anatema. Unos años después los soviéticos metieron la pata en grande en Chernobyl, y ello no hizo sino reforzar los peores temores de los supuestos defensores del ambiente.

Mientras tanto, Francia se fijó el objetivo de generar dos de cada tres kilowatts de su electricidad con energía nuclear. Y lo consiguió. Hoy a Francia el precio internacional del petróleo y las broncas por emisión de gases de invernadero le hacen los mandados: la realidad por encima de la ideología.

Luego de 30 años en que no se ha abierto un solo reactor nuclear comercial en Estados Unidos, Barack Obama anunció la semana pasada que su Gobierno apoyará la construcción de uno en Maryland, sirviendo de garante por 8,000 millones de dólares. Quizá sea el inicio de un boom de la construcción nuclear que serviría para limitar el uso de hidrocarburos en el segundo país que emite más gases de invernadero en el mundo (el primero es China).

Lo cual puede enojar mucho a los liberales que votaron por él. Pero parece que Obama ya se dio cuenta de que una cosa es prometer... y otra enfrentar la realidad.

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