La semana pasada, la obispa Margot Kaessmann, jefa de la Iglesia luterana de Alemania, que agrupa a unos 25 millones de fieles (un tercio de la población germana) fue detenida por pasarse un semáforo en rojo. Cuando los agentes de la ley detectaron cierto tufillo, y no precisamente a incienso, le hicieron la prueba del alcoholímetro. El resultado fue que la religiosa traía una tasa de 1.3 miligramos de alcohol por litro de sangre: unas tres veces más de lo permitido por la ley. Ello equivale a 0.7 litros de vino o un litro y medio de cerveza. Conociendo lo aficionados que son los teutones al dorado lúpulo, esta última medida me pareció curiosamente baja, pero en fin. La ley es la ley.
Por simple sentido de la vergüenza, la primera mujer en dirigir a los luteranos alemanes dimitió a su alto cargo. Es lo que, en un país civilizado, se espera que haga cualquiera que tenga un puesto de importancia y con un mínimo de dignidad, al enfrentar un escándalo. En gran parte por ello, por el sentido de la vergüenza, es que, de hecho, esos países civilizados pertenecen al Primer Mundo.
Acá en la barbarie del Tercer Mundo, nos enfrentamos al absoluto cinismo y falta de escrúpulos de buena parte de quienes se supone nos deben dirigir, desde las jerarquías eclesiásticas solapadoras de pederastas, hasta los rapaces partidos políticos, que siguen pensando, como Gonzalo N. Santos, que la moral es un árbol que da moras.
Hace unos días, luego de seis meses de investigación, la Suprema Corte de Justicia de la Nación llegó a una resolución preliminar sobre el caso del incendio de la guardería infantil ABC de Hermosillo, Sonora, tragedia en la que murieron y resultaron mutilados de por vida decenas de niños.
En la resolución se hace responsables del desastre a varias personas, entre ellas a Juan Molinar Horcasitas, en esas fechas jefe del IMSS, y al entonces gobernador del estado Eduardo Bours. Los cuales, habría que recordarlo, permanecieron en sus cargos mamando de la ubre presupuestal a pesar de las crecientes evidencias de ineptitud e irresponsabilidad que condujeron a la tragedia: en el país de la impunidad, en el que escasea la noción de la vergüenza, nadie deja de cobrar en la nómina mientras haya un soplo de vida.
Así, un gobernador de Puebla, grabado mientras protegía pederastas, mandaba maltratar a una valiente mujer inocente y aceptaba coñacs de un gángster, sigue siendo gobernador de Puebla. Dado que el "nuevo PRI" (¿!) sigue protegiendo a sus alimañas como lo hacía el viejo PRI, el Congreso de ese estado (dominado por el tricolor) ni siquiera movió un dedo para intentar destituir o desaforar a Mario Marín. En otro país, Marín no sólo hubiera tenido que renunciar de inmediato: no volvería a mostrar su fea jeta en público durante el resto de su vida. Acá, en el país de la desvergüenza y la impunidad, sigue despachando como si nada.
En México nos hemos insensibilizado tanto al cinismo de nuestros dirigentes, que éstos ya ni siquiera se intentan disculpar cuando los cachan en la maroma. No vale la pena, no va a pasar nada. Y México seguirá yéndose al despeñadero, mientras nos sigan gobernando cínicos sin sentido de la vergüenza.