Uno de los eventos precursores de la guerra de independencia de los Estados Unidos lleva un extraño nombre: the Boston Tea Party, la fiesta del té bostoniano. Así se le llama a una curiosa protesta que los colonos norteamericanos efectuaron en contra de los abusos británicos previos al arranque de las hostilidades.
En el siglo XVIII, los países europeos le apretaban el pescuezo a sus colonias americanas para poder pagar las tonterías que solían hacer en el Viejo Mundo. Y no entendían que a los americanos no les hacía ninguna risa vivir peor sólo por las veleidades y francas estupideces de la metrópoli. Como muestra de esa ceguera, Gran Bretaña le cargó la mano a sus colonias en Norteamérica, cobrando impuestos absurdos y alevosos. Entre ellos, uno sobre el té, en aquel entonces una de las dos únicas bebidas energizantes que había en el mercado (la otra era el café). O sea, que si uno quería un levantamuertos, no había de otra: pagar el impuesto.
A menos que no hubiera té al que gravar. Eso fue lo que se les ocurrió a un grupo de ciudadanos de Boston, que odiaban cordialmente a los británicos y sus impuestos. Para pegarles a ambos, una noche de 1773, abordaron el barco que acababa de traer la infusión para su venta en América. Algunos de ellos se disfrazaron de indios, nomás porque no habían podido salir en Halloween. El caso es que procedieron a arrojar a la bahía de Boston el té que se suponía iba a venderse en las colonias. Las pérdidas en bienes e impuestos no colectados fueron enormes. Menos de tres años después estallaba la guerra.
Un sector de la derecha norteamericana, que acusa al Gobierno Federal de querer controlar todo, y de oprimir a la ciudadanía con sus impuestos, tomó el ejemplo antifiscalista de sus antepasados, y la otra acepción de la palabra Party (que puede ser fiesta, pero también partido político) para crear un grupo de presión, cabildeo o simples ganas de fregar, llamado precisamente el Tea Party, el Partido del Té. Sus lineamientos son los usuales de la derecha conservadora, enemiga acérrima del Gran Gobierno, los impuestos y la intervención del Estado más allá de los límites del Distrito de Columbia.
El mentado Partido del Té ha hecho tanto ruido, que era inevitable que tarde o temprano surgiera una contraparte más liberal y comprometida. Y sí, ya lo adivinó usted: se llama el Partido del Café.
Organizado a partir de una convocatoria en Facebook, el Coffe Party está creciendo más y más rápido que la nómina del voraz Ayuntamiento de Torreón, que ya es decir. Su misión explícita es: "apoyar a los líderes que trabajan por soluciones positivas, y exigirles responsabilidades a aquellos que las obstruyen". ¿Su lema? No muy descafeinado: "Despierta y levántate".
Así pues, movimientos ciudadanos con nombres de bebidas están removiendo al oxidado establishment político norteamericano. A ver si la sacudida obliga a demócratas y republicanos a ponerse las pilas. Allá, como acá, eso urge.