Cualquiera diría que el culto público de la Aldea Global que es nuestro planeta ya debería estar curado de espanto, y no tragarse prestamente todo lo que dicen los medios masivos de comunicación. Se esperaría que, a estas alturas del partido, ya no hubiera gente que defiende una absoluta tontería, y para justificarse diga "Lo vi en la tele" o "Lo leí en Internet"... como si la caja idiota fuera una referencia incuestionable; como si en la www no se encontraran los especímenes más depurados de la estupidez humana.
Pero los medios masivos siguen teniendo un gran poder de persuasión. Y pueden causar auténticos desaguisados, si no se toman las medidas adecuadas para que los receptores de los mensajes sepan distinguir entre lo que es verdad y lo que no.
De ello se tuvo conciencia desde hace mucho, mucho tiempo. Desde 1938, para ser exactos. En ese año, el entonces precoz Orson Welles utilizó su muy popular espacio radiofónico para transmitir una dramatización de la novela "La Guerra de los Mundos", del escritor inglés H. G. Wells. Antes de que empezara el programa, se hizo la aclaración de que todo lo que iba a oírse era ficción, que se trataba de la adaptación de un clásico literario, y tan tan. El problema fue que mucha gente sintonizó la emisión después de esta advertencia, la cual nunca fue repetida. El resultado fue que muchos radioescuchas creyeron que realmente estaba ocurriendo una invasión marciana a Nueva Jersey, que alienígenas con tentáculos y rayos destructores se dirigían a Manhattan, y que la raza humana estaba en peligro de extinción. Hubo oleadas de histeria y uno que otro suicida. Welles fue demandado, pero salió incólume porque había hecho la advertencia requerida. El episodio ilustró lo poderoso que podía ser el mensaje radiofónico, y la fe ciega que mucha gente le tenía a los medios.
Algo así ocurrió hace algunos días en la república caucásica de Georgia. La emisora de televisión semioficial Imedi anunció que emitiría una simulación de las posibles reacciones ante un escenario hipotético: que los rusos invadieran de nuevo Georgia, como hace 18 meses; y que el presidente de la república Mikheil Saakashvili resultara asesinado. Al parecer la mayor parte del teleauditorio georgiano fue por la botana o se levantó a hacer pipí cuando la televisora dio el anuncio, porque la inmensa mayoría de la nación creyó que, en efecto, los rusos habían cruzado otra vez la frontera y que el presidente ya era fiambre. El sistema telefónico inalámbrico se colapsó. Varias comunidades fronterizas fueron evacuadas histéricamente, pensando que los rusos estaban a la vuelta de la esquina; y dos o tres ciudadanos optaron por el infarto como medida extrema para evitar a las fuerzas armadas de Todas las Rusias.
Cuando quedó claro que lo que había ocurrido, la indignación popular se desbordó, y las masas estuvieron a punto de incendiar la estación de TV. La cosa no llegó a mayores, pero la lección ahí queda: si vas a emitir un trabajo de ficción, repite cien veces que no es verdad... aunque le quites tensión dramática. Es mejor eso que enfrentarse a la ira de los que sintonizaron a destiempo.