Según algunas fuentes, los más grandes exponentes de las literaturas inglesa y española murieron el mismo día de 1616. Según esto, tanto William Shakespeare como Miguel de Cervantes felparon el 23 de abril. Sin embargo, como suele ocurrir en esos ámbitos, la verdad es mucho más complicada. En primer lugar, murieron en la misma fecha, pero no el mismo día... y es que la Inglaterra protestante llevaba un calendario distinto al de la Europa católica. De manera tal que, en realidad, el Cisne de Avon murió en mayo. Además, al parecer don Miguel falleció el 22 y lo enterraron al día siguiente, pero la burocracia consignó más bien este último dato. Total, que tratar de empatar a ambas luminarias, así sea a la hora del sepelio, resulta por lo menos complicado.
Peor todavía es intentar algo semejante con sus vidas. Miguel de Cervantes llevó una existencia de perro durante buena parte de su ídem; en tanto que el buen William nunca se la pasó muy mal que digamos: hasta empresario era. Shakespeare fue una figura dominante en la escena cultural inglesa durante décadas; a Cervantes no lo pelaron sino los últimos diez años de su vida.
Pero si podemos hablar tanto de las penalidades del hijo predilecto de Alcalá de Henares, es porque sabemos pelos y señales de su biografía y bibliografía. Prácticamente no hay huecos en cuanto a la historia personal y la producción literaria del Manco de Lepanto. En cambio, lo que hizo Shakespeare sigue estando lleno de sombras. Hay períodos enteros de su vida de los que no sabemos nada. Lo mismo pasa con su producción: algunos discuten si realmente fue el autor de todas las obras que se le adjudican. De hecho, es un viejo juego de eruditos, un poco bobo: adivina quién escribió tal o cual obra de Shakespeare.
Por ello, por la falta de datos precisos sobre las autorías de aquellos años, no nos debe de extrañar que, por primera vez en casi tres siglos, haya un reedición de una obra que los expertos tienden a adjudicarle a Shakespeare... desde hace apenas unos meses. De hecho, durante esos casi 300 años el drama "Doble Engaño" fue considerado un fraude, una falsificación o de plano una mala broma.
La historia va como sigue: en 1727 un autor y empresario teatral llamado Lewis Theobald estrenó "Doble Engaño", una obra anunciada a bombo y platillo como reedición de un original perdido de William Shakespeare, la "Historia de Cardenio". Luego de un breve éxito, la obra fue sometida a fuego graneado y a quemarropa por parte de los críticos y enemigos de Theobald, que al parecer menudeaban y eran feroces. Digo, era gente de teatro. A partir de ahí, la obra quedó en el olvido.
Pero algunos investigadores se abocaron a ver si había algo de cierto en lo argumentado por Theobald. Y hace unos meses concluyeron que, efectivamente, en "Doble engaño" (especialmente en los primeros dos actos) hay elementos incontestablemente shakespereanos. Por eso recomendaron que la obra sea editada como de la autoría de Chespirote (un imitador menor es Chespirito). Por primera vez en todo este tiempo, el señor Theobald ha sido reivindicado. Más vale tarde que nunca.