Miguel de Cervantes, en su inmortal Quijote, dice que el Diablo nunca duerme. Pareciera que se ausenta, que se retira, que no anda por ahí. Pero tarde o temprano el Mal se hace presente, con frecuencia cuando menos se le espera. Es la característica que suelen tener los atentados terroristas.
En vista de las pocas noticias que llegan de Chechenia, y el notorio abatimiento de la violencia en aquella región del Cáucaso, uno podría suponer que las aguas se han calmado, que Rusia ya tiene a esa pequeña república separatista en un puño, y que los afanes de los chechenos por lograr la independencia han cesado. Los recientes atentados suicidas en el Metro de Moscú, en que murieron cerca de 40 personas, nos recuerdan que el terrorismo puede permanecer inerte durante mucho tiempo; pero si las causas que lo motivan siguen existiendo, el fenómeno mismo también lo hará.
El lector recordará algunos de los atentados más notorios y escalofriantes realizados por los luchadores chechenos. Destacan la toma de rehenes en un teatro de Moscú en 2002; y la ocupación de una escuela en Beslán, en 2004. Ambos incidentes terminaron de manera sangrienta: en el caso del teatro, las fuerzas especiales rusas gasearon a terroristas y rehenes, y al no dar a conocer qué sustancia habían utilizado, condenaron a muerte a decenas de civiles, que no recibieron el antídoto a tiempo. La toma de rehenes en la escuela de Beslán terminó con docenas de niños muertos, cuando las tropas de élite rusas asaltaron el edificio, en un incidente confuso del que seguimos sin conocer con precisión qué rayos pasó.
En ambos eventos ningún terrorista salió vivo. No dudamos en afirmar que tales fueron las órdenes del presidente ruso de entonces, Vladimir Putin: exterminar a los terroristas como si fueran perros rabiosos. Si al hacerlo se llevaban entre las patas a rehenes inocentes, ni modo. Así se hacen las cosas en la Rusia de Putin.
Al ocurrir los recientes atentados suicidas en el Metro de Moscú, Putin despotricó desde su nuevo puesto de poder detrás del trono, como Primer Ministro de Todas las Rusias. Afirmó que los terroristas serían destruidos sin dejar rastro. Quizá alguien debería decirle que, efectivamente, las bombarderas suicidas quedaron hechas pedazos, luego de detonar sus explosivos. Pero quizá Putin está pensando en otra cosa.
Conociéndolo como lo conocemos desde hace tiempo, es de temer que para cobrar venganza, Putin lance una nueva ofensiva en Chechenia... que sería como darle de palos a un avispero que apenas empieza a calmarse. Su intemperancia puede causar más daños que beneficios. Y puede ser que lo único que consiga sea darle más cuerda a quienes, precisamente, quieren demostrar que los rusos son invasores sanguinarios a los que sólo se puede responder... con el terrorismo. Y así se perpetúa el círculo vicioso.