Poca gente lo recuerda, pero hasta los avionazos en contra de las Torres Gemelas y el Pentágono aquel 11 de septiembre, el peor atentado terrorista en territorio norteamericano había tenido como protagonistas a ciudadanos de Estados Unidos, atacando un edificio del Gobierno Federal en la ciudad de Oklahoma.
Esos terroristas llevaron hasta las últimas consecuencias las ideas de un grupo marginal (una minoría ridícula, diría alguien), pero muy activo, de la sociedad norteamericana. Nos referimos a los fanáticos de ultraderecha, que consideran al Gobierno norteamericano una dictadura plutocrática, que está aliado con la ONU para coartar sus libertades ciudadanas, y decidido a establecer lo que ellos llaman el Nuevo Orden Mundial. Como instrumento de esa política, el Gobierno utiliza elementos represivos que por lo general traen cachucha y macana y visten sospechosamente de azul. Según estos loquitos, para conseguir su tiránico objetivo, la Casa Blanca (dominada por los judíos, por supuesto) también echa mano de instrumentos tan sofisticados como los letreros de las carreteras (que según esto tienen código de barras para guiar la invasión de los Cascos Azules cuando ésta ocurra) y el ponerle yodo a la sal, como mecanismo de control mental.
(En la película "Doctor Insólito" de 1964, un general americano delirante desata un ataque nuclear contra la URSS porque los comunistas "están amenazando nuestros fluidos vitales poniéndole flúor al agua").
Quienes creen esas babosadas han decidido tomar las riendas de su destino, y prepararse para cuando el Gobierno norteamericano intente liquidar su libertad. De manera tal que se entrenan en tácticas de supervivencia en el bosque, lucha de guerrillas y mecanismos para soportar la tortura. Por su entrenamiento militar, se les conoce usualmente como milicianos.
Como quizá era de esperarse, las milicias han crecido en número y paranoia desde que un negro (bueno, mulato) quedó como inquilino del 1600 de la Avenida Pennsylvania. Para estos grupos racistas paranoicos, el que Obama sea presidente parece la confirmación de sus peores sospechas.
Por supuesto, el Gobierno norteamericano no se chupa el dedo, y monitorea e infiltra a las milicias. Y así fue como, la semana pasada, arrestaron a los miembros de una milicia llamada Hutaree, que estaban maquinando un plan sencillamente diabólico: simular una llamada de emergencia; matar a un par de los policías que acudieran; y luego detonar bombas en las funerarias donde fueran velados, para matar más policías. Y así sucesivamente. Digo, por lo que habíamos comentado era fácil concluir que los milicianos son tipos de no muchas luces. Pero creo que mi perro Labrador podría ingeniárselas con un plan un poco más sofisticado.
El caso es que las autoridades federales les echaron el guante a esos loquitos. Pero todavía quedan muchos sueltos... y cualquier día pueden dar la sorpresa.