Hay gente que se halla tan aburrida de llevar una vida cómoda y segura, que busca por todos los medios lo contrario: lanzarse a empresas en las que desaparezcan las ventajas y certidumbres de la vida moderna e incluso haya que arriesgar el pellejo; todo con tal de sentir ese cosquilleo recorriendo la columna vertebral, indicativo de que el peligro está presente.
Claro que hay de aventuras a aventuras. Por ejemplo, ir al África de safari con guías, alojamiento reservado y tres comidas diarias en el hotel, difícilmente puede considerarse emocionante. Las más interesantes generalmente pertenecen a dos tipos: las emprendidas para ser el primero en lograr algo; y las que tienen como objetivo el replicar otras hazañas, acometidas en el pasado, y que se convirtieron en históricas por las dificultades y retos enfrentados y vencidos.
En la primera categoría hay de todo como en botica. Y como con el paso del tiempo las primicias son cada vez menos y más difíciles, los retos tienden a volverse absurdos. Al rato no faltará quien quiera cruzar a pie la Antártida caminando de espaldas; o el que escale el Everest sosteniendo en equilibrio una pelota sobre la nariz, como foca. Cualquier tontería con tal de ser el primero en realizarla.
En la segunda categoría se encuentran los aventureros que quieren reproducir lo que otros hicieron hace tiempo, no por la adrenalina o el récord, sino por la simple y vil necesidad.
Tal fue el caso del Capitán William Bligh, el cual en 1789 completó un viaje milagroso por el Pacífico Sur de seis mil kilómetros, en un bote sin cabina, expuesto a los elementos, y con muy poca comida. A Bligh no le había quedado de otra: había sido arrojado a ese pequeño navío, de siete metros de eslora, por los amotinados marineros del barco que la Armada Británica había puesto bajo su mando, el Bounty. Si la historia les suena, es que ha sido llevada varias veces a la pantalla. En casi todas las versiones, Bligh es un mal bicho sangrón y déspota, que maltrata a la tripulación; la cual finalmente estalla en rebeldía, liderada por un tal Fletcher Christian. Para que se den una idea, Christian ha sido interpretado en el cine por tipos guapos como Errol Flynn, Clark Gable, Marlon Brando y Mel Gibson. Es evidente de qué lado se cuenta la historia.
Pero lo más notable de todo el asunto fue cómo Bligh, con pocas provisiones, quince hombres a su mando y sin aparatos de navegación, hizo el viaje de 48 días hasta territorio seguro. Y eso es lo que va a intentar realizar, en condiciones iguales a las de Bligh, el aventurero australiano Don McIntyre, quien tratará de igualar la hazaña a partir del 28 de abril, a 221 años exactos de que Bligh fuera lanzado a su suerte por los amotinados.
A McIntiyre lo acompañarán sólo otros tres osados. Pero en teoría las condiciones serán iguales: nada de sombra, poca agua, 400 gramos de pan y galleta al día. Y nada de instrumentos de navegación. La única ventaja es que, si las cosas se ponen color hormiga, podrán pedir ayuda por teléfono satelital.
En fin, que el espíritu de aventura parece hallarse en muy buen estado de salud. Lo que no deja de ser reconfortante, en un mundo tan planamente previsible.