En una campaña electoral, más que en cualquier instancia de la vida cotidiana, decir lo que no se debe puede costar caro. Un desliz (freudiano o no), un descuido, un micrófono que no está apagado cuando se suponía, pueden arrojar al cesto de la basura ínclitos esfuerzos, docenas de discursos, y muchos miles de dólares en letreros, pendones, trípticos inútiles que nadie lee y paredes embadurnadas.
Claro que hay quienes se salen con la suya. Y en grande. Por ejemplo, la vida entera de George W. Bush ha sido un dislate, un permanente discurso de débil mental, una cotidiana demolición de la sintaxis de la lengua de Shakespeare. Ello antes, durante y después de su presidencia. En sus campañas como candidato era notorio que el pobre hombre no sabía hablar inglés. Sus discursos eran ininteligibles. Leía peor que Elva Esther, y no había nombre (extranjero o local) que pronunciara bien. Y sin embargo, el tonto del pueblo logró permanecer ocho años en la Casa Blanca.
Claro que hay otros que no tienen tanta suerte. Y para muestra, dos botones ocurridos la semana pasada, en el ámbito internacional y local.
Dentro de tres días habrá elecciones generales en el Reino Unido. Los laboristas llevan ya once años en el poder, y eso por supuesto que pesa: todo lo malo (y también lo bueno, pero ¿y eso qué?) ocurrido en este siglo en Gran Bretaña es su responsabilidad. Por ello el primer ministro, Gordon Brown, tiene una pendiente muy empinada que trepar. La mayoría de las encuestas mue'stra que ya tendría que estar recogiendo sus tiliches, ya que pronto tendrá que dejar el 10 de Downing Street.
Para fruncir lo arrugado, la campaña de Brown ha estado plagada de errores, dislates y metidas de pata. En particular una ocurrida la semana pasada, quizá le cueste votos cruciales.
Como método de campaña, Brown suele entrevistarse con ciudadanos comunes en la calle. En una instancia así, se puso a discutir con una matrona entrada en carnes y años, sobre política migratoria. Terminado el diálogo, se trepó en su limosina, e increpó a sus ayudantes por qué le habían conseguido esa cita. Y cerró: "Creo que la dama es una racista". El problema es que seguía con el micrófono funcionando, y el exabrupto lo oyeron los medios, que ni tardos ni perezosos lo divulgaron. Quemadota para Brown por hablar fuera de tiempo.
Más cerca de nosotros, en una entrevista televisiva, la candidata priista a la presidencia de Gómez Palacio, Rocío Rebollo, explicó que no quisiera tener otro hijo porque "si saliera mujer, fellita o tontita, no la querría igual". En el mundo de lo políticamente correcto, semejante declaración es casi como declararse racista, homofóbico, estalinista, kukluxclano, misógino, nazi y americanista, todo junto. ¿En qué estaba pensando al hacer una declaración tan estulta?
En fin, que en todos lados se cuecen habas. Y por la boca el pez pierde votos.