La historia es harto conocida, uno de los mitos bíblicos más evocadores y recordables, incluso para quienes no tuvieron que soplarse el catecismo en primaria: Yavé Dios, que paradójicamente se gastaba un genio de los mil demonios, se enojó por la corrupción, rapacidad y soberbia del hombre (y eso que no estaba viendo San Lázaro) y decidió barrerlo del mapa. Para salvar lo mejorcito le pidió a Noé, quien era un buenazo, que construyera un arca, un barcote, para que en ella su familia y una pareja de cada especie de la Tierra pudieran sortear el desastre que se les vendría encima.
Noé cumplió las órdenes divinas, en medio del escarnio de sus vecinos y el Buró de Crédito, que lo puso en jabón por endeudarse en la maderería. Como suele ocurrir, el que ríe al último, ríe mejor. Nada más empezó a llover, Noé se trepó al arca con su gente y animalitos, y se la pasó pintándoles violines y tirándoles pedorretas a los vecinos, mientras la inundación les llegaba al cuello. La venganza es un platillo que sabe mejor no sólo frío, sino también pasado por agua.
Según el relato bíblico, que se corresponde con otro mucho más antiguo de origen sumerio, llovió durante cuarenta días y sus noches, y el agua cubrió toda la superficie del mundo. Luego Yavé Dios quitó el tapón y las aguas empezaron a descender. Por ser ésta una narración del Medio Oriente, es obvio que lo primero en quedar seco serían las montañas más altas de esa parte del mundo. Así que el arca recaló en el Cáucaso; más precisamente, en el monte Ararat. Si la leyenda fuera hindú, hubiera llegado al Himalaya. Si fuera lagunera, al Cerro de las Noas... qué tristeza más llanera.
El caso es que la Biblia identifica al monte Ararat como el lugar a donde fue a dar el arca de Noé. Por ello, no debe de extrañarnos que, a lo largo de los siglos, haya habido docenas de expediciones a esa montaña en busca del navío. De más está decir que todos los esfuerzos han sido infructuosos.
Hasta que, hace unos días, un grupo de evangélicos de Hong Kong presentó a la prensa, en un lujoso hotel de ese enclave, filmaciones de una expedición al Ararat realizada por ellos el año pasado. Según esto, lo que se ve es su gran hallazgo: ¡Sí, el Arca! La cual, siempre de acuerdo a estos chambones, tiene una antigüedad de 4,800 años.
El problema es que, por un lado, ninguno de los expedicionarios es profesional en arqueología, paleontología, historia ni ingeniería naval; y sus hallazgos no fueron publicados en un medio científico para ser escudriñados por gente que sí le sepa a esas cosas. Y por otra parte, las pruebas que mostraron en realidad no prueban absolutamente nada. Por ejemplo, lo que presentan como el interior del casco de la nave, parece una vil cabaña de troncos. Y, a ojo de buen cubero, esas vigas no tienen miles de años, por muy bien que las conserve el frío.
Total, un nuevo caso de autoengaño por parte de gente de alma simple, que se mete en camisa de once varas haciendo lo que nunca debe hacerse: intentar comprobar racional, científicamente, lo que es cuestión de fe. Pero háganlos entender...