Uno de los tantos obstáculos al desarrollo del país tiene como origen, igual que muchos otros, ese profundo complejo de inferioridad en relación con los extranjeros que el PRI se encargó de inculcarnos durante 70 años. Para que nadie de fuera cuestionara ni enjuiciara el sistema autoritario creado por Calles y Cárdenas, resultaba muy cómodo satanizar cualquier tipo de presencia foránea en el país. Según esta visión, los extranjeros son todos unos vampiros que sólo vienen a México a saquearlo, dándonos espejitos a cambio de oro, como si fuéramos una nación de imbéciles. Evidentemente, según el PRI lo éramos (por algo duró siete décadas en el poder), y por tanto había que protegernos de la voracidad e insidia del Masiosare, un extraño enemigo. Por eso tenemos un montón de leyes y reglas absurdas, que colaboran para hacer de México un país pobre. El chiste es estorbar la presencia e inversión extranjeras con el pretexto de defender la soberanía. Que un país sea más soberano empobreciéndose, es algo que escapa a mi comprensión.
De acuerdo con esta visión de acomplejados, los extranjeros en México (que son más de un millón de sus habitantes) tienen que cargar con una serie de prohibiciones absurdas. Y eso que, con el tiempo, varias han ido siendo descartadas. Algunas eran francamente delirantes, como el que un presidente de la república no podía ser hijo de extranjeros... como si la traición a la Patria estuviera en algún cromosoma; o como si el hijo de un inglés nacido en Oaxaca portara una secreta, vergonzante y hereditaria tendencia a cantar God Save the Queen en vez de la Canción Mixteca.
Otra ley estúpida prohíbe a los extranjeros era tener propiedades cerca de las costas. ¡No vayan a hacerle señales a los submarinos japoneses para facilitar la invasión! Gracias a tan estupenda, patriótica y racional disposición, no podemos aprovechar el inmenso recurso que sería desarrollar nuestras extensas playas para venderlas y/o rentarlas en dólares y euros.
España sí lo hizo, y hoy la Costa del Sol está llena de pensionados británicos, suecos y alemanes, que dejan una lanotota en consumo e impuestos; de ellos vive media Andalucía. Curiosamente, en España los extranjeros dejan dinero, no lo chupan como dice la propaganda oficial aquí en México.
El caso es que un propietario de bienes raíces en esa parte de España, durante mucho tiempo, fue el actor escocés Sean Connery. El cual, hace nueve años, vendió la mansión que tuvo durante buen rato en Marbella. El problema es que quién sabe qué chanchullo se hizo con el uso de suelo, y ahora Connery ha sido encausado en la Corte por presunto lavado de dinero relacionado con esas operaciones inmobiliarias.
No sé ustedes, pero si yo fuera el juez del caso, me la pensaría dos veces: ¿Usted se le pondría al brinco a James Bond, el capitán del Octubre Rojo, Ricardo Corazón de León, William de Baskerville, el Rey Arturo, el papá de Indiana Jones, Robin Hood, el Curandero de la Selva, Allan Quatermain, el General Urquhart, y el policía que le ayuda a Elliot Ness, todos en uno?
La verdad, yo me la pensaría. Total, ya ni vive allí.