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EL COMENTARIO DE HOY

LA DESAPARICIÓN

FRANCISCO AMPARÁN

La desaparición de Diego Fernández de Cevallos ha conmocionado a muy distintas capas de la población. A la clase política en primer lugar, porque hasta ahora los altos mandos habían estado viendo los toros desde la barrera: la violencia generalizada no los había tocado. A los ciudadanos de a pie, porque dio paso a la pregunta retórica obvia: si un personaje protagónico de la historia pública de los últimos 25 años es una víctima, entonces cualquiera puede serlo. Y a los medios, porque algunos pudieron desenterrar viejas historias, viejas facturas, a favor y en contra, del hombre de la barba cerrada y el puro.

El llamado Jefe Diego se convirtió en personaje polémico desde que asumió un activo liderazgo informal dentro del Partido Acción Nacional. Y aunque en los últimos tiempos no figuraba como actor político en sí, los litigios que peleaba su despacho de abogados lo mantuvieron en una marginal notoriedad. A lo largo de esa trayectoria, Fernández de Cevallos sumó partidarios y rivales, amigos y enemigos. Eso sí, resulta difícil encontrar un mexicano que se manifieste indiferente a su personalidad. Ello ha quedado de manifiesto en estos días aciagos.

Llama la atención que un hombre reconocidamente rico se negara a tener seguridad a su alrededor. ¿Cómo interpretar ese aparente descuido? ¿Creía acaso que su importante lugar entre los poderes fácticos de este país lo hacían inmune? ¿Creía que era innecesario un aparato de protección? En tiempos en que cualquier empresario mediano se hace acompañar por guardaespaldas, este detalle es el que más resalta de todo el asunto.

En cualquier caso, una vez más el Gobierno de Felipe Calderón se ve arrinconado cuando el Presidente anda de gira internacional. Cuando estaba en Japón, a principios de año, tuvo que explicar (equivocadamente además) la masacre de muchachos en Juárez... aunque en Torreón había ocurrido una similar en esos días. Ahora, en España, tuvo que intentar poner buena cara ante un auditorio foráneo cada vez más escéptico. Al menos la opción de un secuestro por parte de la guerrilla pudo ser desechada rápidamente, gracias a un comunicado inusitadamente decente del EPR. Flaco consuelo.

La desaparición de Diego Fernández de Cevallos tiene además un significado más profundo: que la descomposición social del país está alcanzando niveles alarmantes; que las fuerzas de seguridad son completamente impotentes e ineptas; y que las rencillas, pequeñeces y mezquindades de nuestra clase política nos están llevando al despeñadero. Si el Gobierno panista no logra conjugar esfuerzos, y los demás actores políticos dejar de lado sus desavenencias, el país parece dirigirse a una bancarrota moral sin paralelo en la historia reciente. Es como para ponerse a rezar.

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