La aversión que el Presidente Calderón le tiene a los Estados Unidos es pública y notoria. Proviene, tal vez, de su crianza en un hogar católico tradicional, entorno en que se suele ver muy mal a la potencia protestante, cuna de modas y costumbres que son, según esa perspectiva, fuente de perdición. Además de que Michoacán está muy lejos de la frontera, y hasta hace poco tiempo la influencia norteamericana no resultaba tan notoria en esas regiones de México... razón por la cual, las reacciones hacia el Imperio eran más bien viscerales, fruto de la desconfianza y el desconocimiento. Quizá ello ayude a entender la (de otra forma) inexplicable cercanía de Calderón con la tiranía de los hermanos Castro en Cuba: en un descuido y todavía se traga la vaina de que la isla bella es el primer territorio liberado de América, y toda esa retórica antiimperialista, rancia y desgastada luego de cincuenta años de dictadura.
En todo caso, resulta evidente que Calderón no se siente muy cómodo en Washington, y su relación con los presidentes norteamericanos que le ha tocado lidiar, tanto W. Bush como Obama, ha sido más bien fría. Pero no hay plazo que no se cumpla, y Calderón ya no le pudo seguir sacando la vuelta a una visita a la capital de Estados Unidos que no fuera de pisa-y-corre.
El gran tema debería ser la reforma migratoria integral, que empezó empujando su predecesor Fox, pero que luego se perdió en las telarañas mentales creadas por la paranoia norteamericana después del 11 de septiembre de 2001... y en la notoria falta de cabildeo y definición de la actual administración federal mexicana. Lo relativamente bueno para Calderón es que el estado de Arizona le facilitó las cosas, dado que el mismo Obama tuvo que reaccionar ante la famosa ley racista proponiendo, precisamente, una nueva legislación sobre cuestiones migratorias. Es una oportunidad que Calderón debe tomar por los pelos.
Claro que del plato a la boca se cae la sopa. Y promover una extensa reforma, en un año electoral, no resulta nada fácil. Además de que una buena parte de la opinión pública norteamericana, que no suele estar muy bien informada ni resultar muy racional, está de acuerdo con la legislación de Arizona. Ello no tiene nada de raro: el público de Estados Unidos suele reaccionar de maneras viscerales, y está acostumbrada a dejarse llevar por sus temores y prejuicios, por ilógicos que éstos sean. Así que la mera propuesta de una reforma migratoria no resultará nada fácil de vender.
Pero Calderón debe hacer todo lo que esté en sus manos para impulsar esa agenda. No le queda de otra. Además, le ayudaría a desviar la atención del notorio fracaso de su famosa guerra contra el crimen organizado... la que ha motivado críticas de aquel lado, en donde temen que la violencia desborde la frontera y salpique para allá. Total, que si de por sí Calderón nunca se ha sentido cómodo a orillas del Potomac, esta visita podría ser para él una pesadilla.