Los medios de comunicación nos han estado bombardeando con referencias al Mundial de Sudáfrica desde hace prácticamente un año. Pese a que las esperanzas nacionales no están más altas que en otras Copas del Mundo, las jetas de los seleccionados se hallan por doquier, anunciando todo lo anunciable... incluso algunos productos muy cuestionables. Por ejemplo, ahí tienen al Chicharito Hernández promoviendo juegos de azar. La verdad, el centro delantero tapatío tiene una cara de niño tal, que no es difícil imaginar a un cadenero impidiéndole la entrada a los lugares que promociona. Lo peor del caso es que, quien debería ser un ejemplo para la juventud, ande promoviendo esas lacras sociales. Y así queremos gente sana para el futuro.
Pero otra manifestación del mismo fenómeno de exprimir al máximo la justa mundialista (que suele ser injusta con quien no sea Brasil, Alemania o Italia) es la cantidad de promociones, rifas, sorteos y juegos que tienen como premio viajes redondos a Sudáfrica. Viendo la cantidad de empresas y compañías que "regalan" periplos a la punta austral del Continente Negro, uno se pregunta, primero que nada, quién se va a quedar a festejar en el Ángel el único punto que vamos a sacar. Y segundo, ¿cuántos sudafricanos van a ir a los partidos? Porque, a juzgar por las promociones en México, la mitad de los espectadores se van a soltar chillando al cantar a voz en cuello la Canción Mixteca. Al parecer, todos los boletos fueron acaparados por fábricas de refrescos, de frituras, de llantas, de tierras aztecas. Todo con tal de darle pan y circo al culto público mexicano, tan necesitado de ambas cosas en los últimos tiempos.
Aparte de la cantidad desmesurada de promociones, hay un par de problemas que al parecer nadie ha considerado. Primero, que algunos de los premios consisten en viajes a Sudáfrica... pero el puro avión. No hay viáticos, no hay entradas a los partidos. O sea, que algunos ganadores van a ir a dar a donde el aire se regresa porque no tiene a dónde ir, sin mayor beneficio ni provecho que turistear en la ciudad en que desembarquen del avión. Si tienen suerte, podrán disfrutar los juegos en las megapantallas que se supone estarán disponibles para esas pobres almas perdidas, que fueron al Mundial a ver los estadios desde fuera.
El otro problema tiene que ver con el anterior: que tener turistas mexicanos sin qué hacer puede resultar letal para los anfitriones. Tradicionalmente somos ruidosos, sucios, alteradores del orden y no muy buenos para respetar a los demás ni sus reglas. Entonces, ¿para qué llevar tan lejos a gente que, ya estando allá, se va a sentir bastante, bastante frustrada, de haber viajado 18 horas para ver en la tele un partido con mayor incomodidad que si se hubiera quedado en casa?
No quiero ni pensar en cuántos turistas (que suelen no saber absolutamente nada del país que visitan) van a ponerse a retar leones a pleitos a mano limpia, o acciones semejantes. Digamos que las experiencias en Mundiales anteriores no son muy luminosas. Y luego todavía andan regalando viajes...