Todos hemos tenido alguna vez esa fantasía: se muere un pariente (lejano o cercano, excéntrico o cuerdo, pero que al final de su existencia vivía solo) y nos toca disponer de sus tiliches. ¿Qué hacer con todas esas cajas, libreros y roperos que han acumulado polvo durante décadas? Por supuesto, deshacerse de ellos. Lo cual es más fácil decirlo que hacerlo. Por un lado, los volúmenes de ropa, muebles y libros suelen ser pantagruélicos: después de todo son los recuerdos, posesiones y manías de toda una vida. Y por otro, nos da muina botar a la calle todas esas cosas sin haberles siquiera echado un vistazo. Y es que hay por ahí un anhelo secreto: que entre tanto cachivache se encuentre, sin que nadie lo haya sabido, un objeto de gran valor.
Sí, la verdad es que todos hemos fantaseado con que en el ático de la tía abuela o en el sótano de la prima segunda medio loca, de repente aparezca un cuadro que, tras minuciosos estudios, resulte un Van Gogh de cuya existencia nadie sabía nada. O que el libro todo desmadejado pero completo al fondo del baúl sea un infolio de Shakespeare de 1633, del que sólo se conocen dos ejemplares en el mundo, y cuyo precio por lo mismo andaría en los ocho dígitos... y en dólares.
La literatura de ficción ha jugado desde hace tiempo con esas fantasías. Así, Tito Monterroso tiene un cuento en donde a una familia guatemalteca le da el patatús cuando de pura chiripa descubre las partituras faltantes de la Sinfonía Inconclusa de Schubert... y deciden guardar el secreto, porque entonces dejaría de estar incompleta. A su vez, Vicente Leñero, en su genial libro "Gente así", presenta el caso del hallazgo (apócrifo, a fin de cuentas) de "La cordillera", la novela que Juan Rulfo se pasó décadas diciendo que estaba escribiendo... nada más para que la gente dejara de jorobarlo preguntándole cuándo sacaría algo nuevo. Recuerden: Rulfo publicó sólo dos libros. Y con eso tuvo.
Todo esto viene a cuento porque, efectivamente, de vez en cuando alguien sale de pobre por tener en su poder el trozo de papel o el lienzo adecuados.
El 17 de enero de 1967, John Lennon escribió en un pedazo de papel la letra de una canción que a la postre sería icónica: A day in the life, que cierra el que se considera el mejor álbum de la historia del rock, el famoso Sargento Pimienta, de los Beatles. Al reverso de la misma hoja, pasó en limpio la canción, luego de hacerle correcciones. Cosas de la vida, el papel quedó en manos de su mánager de giras, Mal Evans.
Con el paso del tiempo, el manuscrito se volvió un artículo codiciado. En 1993, un coleccionista anónimo lo compró en la bicoca de 93,000 dólares.
Y en unos días, el 18 de junio para ser precisos, esa hoja de papel será subastada de nuevo. La casa Sotheby's calcula que el precio de venta andará entre los 500,000 y 700,000 dólares. ¡Por la letra de una canción!
Pero la máxima ironía es que ¡ni siquiera está completa! La hoja contiene lo escrito por John Lennon, pero los ocho versos de Paul McCartney (insertos en medio) no aparecen ahí, dado que fueron añadidos más tarde.
Así que ya sabe... revise bien los cachivaches del abuelo. Capaz que ahí está el futuro.