El escándalo que ha provocado la aprobación (que no implementación) de la nueva ley antiinmigrantes de Arizona ha puesto el dedo en una llaga que realmente nunca ha cicatrizado en el cuerpo social de los Estados Unidos: que durante más de un siglo, el racismo estuvo legalmente permitido. Que hace menos de cincuenta años la segregación de autobuses y restaurantes era la ley de la tierra en el Sur. Que en las películas de la Segunda Guerra Mundial no aparecen soldados negros porque el ejército también estaba segregado, y los batallones de combate con reclutas de color eran muy pocos. Total, que la cuestión racial sigue siendo relevante, y muy presente, a la hora de tratar de explicarnos la sociedad norteamericana.
¿De dónde proviene el racismo? ¿Es algo que se aprende o tiene que ver con predisposiciones culturales, sociales, familiares? ¿Se tiene que tener un padre racista para que el niño se convierta en uno al llegar a adulto? Son preguntas pertinentes... pero que, por ser no sólo pertinentes, sino incómodas, pocas veces se formulan.
La cadena de noticias CNN decidió planteárselas, y para ello llevó a cabo un estudio con 133 niños y niñas, repartidos entre ocho escuelas: cuatro en el multilingüe, multicultural Nueva York; y cuatro en el Profundo Sur, en Georgia, en donde el Ku Klux Klan todavía linchaba gente en la segunda mitad del siglo XX.
Un ejercicio típico es sentar a una niña de cinco años enfrente de cinco muñecas de forma y tamaño iguales, pero con matices variables en el color de piel. Al pedírsele a una niña blanca que escoja la muñeca más lista, toma la más blanca. Cuando se le pregunta cuál es la mala, escoge la más morena. Su madre, testigo del ejercicio, solloza desconsolada: está segura de que jamás ha expresado una sola opinión racista delante de su hija.
Al preguntarle a la niña, las explicaciones para su elección no tienen que ver con lo que ha visto u oído en casa. Eran una cuestión de autoidentidad: la muñeca blanca era lista porque "creo que se parece a mí". Y la muñeca negra era la más diferente, por tanto la más mala.
Ése es el resultado más interesante del estudio: que las opiniones de los niños blancos están mucho más sesgadas que las de los negros. ¿Por qué? Quizá porque sus padres no le dan tanta importancia a la cuestión racial.
Otro estudio, de hace tres años, señala que los padres blancos hablan con sus hijos sobre la cuestión étnica apenas en un 25% de las familias. En el caso de los negros, el asunto es totalmente al revés: tres de cada cuatro padres negros tocan asuntos raciales con sus hijos pequeños. Creen que deben ponerlos al tanto de que viven en una sociedad que levantará obstáculos y los tratará de manera diferente por el color de su piel... lo que para la mayoría de los blancos no es una preocupación.
Al menos este tipo de estudios sirve para saber a qué se enfrentan quienes pretenden promover la tolerancia. Porque incluso ellos pueden dejarse llevar... por prejuicios.