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EL COMENTARIO DE HOY

¡Se nos casa Albertico!

FRANCISCO AMPARÁN

Como les consta a los amables lectores, aunque en este espacio no acostumbramos tratar las profundidades y vericuetos del mundo de la farándula y el jet set, nos encanta el chisme y la chorcha tanto como a cualquier hijo de vecino. Especialmente cuando lo que le ocurre a la mal llamada Gente Bonita puede tener repercusiones a nivel geopolítico. Quizá no muy importantes ni significativas, pero que de alguna manera afectan, así sea tangencial y levemente, a algunos países. Sobre todo, cuando esos países tienen la pátina o imagen que solemos relacionar con un cuento de hadas.

El Principado de Mónaco es una anomalía política e histórica. Creado como uno de tantos estados feudales medievales, ha sido gobernado por la misma familia, los Grimaldi, desde 1297. Sí, ellos son la dinastía más duradera de la historia. A lo largo del tiempo, el principado peleó por mantener su independencia; hasta que, hace cien años, Francia reconoció oficialmente la soberanía del Estado monegasco: 1.8 kilómetros cuadrados, y una población de 33,000 habitantes. La pista que ustedes ven durante el Gran Premio de Mónaco es básicamente todo el país. Eso, y el famoso casino.

Mónaco saltó al imaginario popular y a los tabloides sensacionalistas en 1956, cuando el Príncipe Rainiero III, quien gobernaba desde 1949, se casó con Grace Kelly, una de las actrices más hermosas y populares de Hollywood. El asunto capturó la imaginación de las revistas del corazón y sus lectoras (y lectores, no se hagan locos): el anhelo femenino de casarse con un príncipe (no muy azul, pero bueno) se le había hecho a la preciosura de Filadelfia.

Grace y Rainiero tuvieron dos hijas, Carolina y Estefanía; y un hijo, Alberto. Las hijas salieron tan guapas como su madre, y con una inquietante tendencia precoz a relacionarse sexualmente con gañanes de muy diverso pelaje; hasta que por fin sentaron cabeza. En cambio, Alberto físicamente salió a su padre, pobrecito, y durante la mayor parte de su vida fue atorrantemente aburrido: ni protagonizaba escándalos, ni hacía nada fuera de lo común, ni... se casaba. Pasaban los años (y los matrimonios de sus hermanas) y Albertico nada más no daba color. Lo cual no tendría mayor importancia de no ser por una extraña cláusula del tratado con el que Francia reconoció la independencia de Mónaco: el principado será absorbido por la República Francesa cuando un príncipe de Mónaco muera sin sucesión masculina legítima. Y aunque luego resultó que, así de serio como se veía, el picarón de Alberto se había echado sus canas al aire, teniendo hijos con una azafata negra y una gringa atarantada, esos críos no son legítimos. Mónaco estaba en peligro de perder su independencia si Albertico no sentaba cabeza.

Lo cual finalmente va a ocurrir. A sus 52 años, Alberto Grimaldi, Príncipe de Mónaco desde 2005, anunció que pronto contraerá nupcias con una exnadadora olímpica sudafricana. Hasta en eso se pareció a su padre, en sus buenos gustos: la nena es un cuero. Suponemos que en cuanto se case procederá ipso facto a buscar salvar la independencia de Mónaco. Al menos, es lo que esperan sus súbditos, que primero se suicidan que pagar los impuestos que cobra Francia.

Así que ya saben, chicas: hasta los príncipes le zacatean a la Marcha Nupcial. Y ya saben, chicos: se vale tomarse su tiempo. Si lo hizo Alberto Grimaldi.

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