Pareciera que esas cosas ya no ocurrían en el siglo XXI: el gobierno de los Estados Unidos anunció la existencia de una red de espionaje rusa en su territorio, y procedió a detener a casi una docena de personas que supuestamente formaban parte de ella. Según esto, como en los buenos, viejos tiempos de la Guerra Fría, Moscú quería detectar las debilidades de los norteamericanos para sacarles provecho. Aunque no exactamente como en el pasado.
La diferencia es que ahora los espías no trataban de recabar información sobre las fuerzas armadas, capacidad nuclear o despliegue de flotas o ejércitos; sino acerca de la política exterior y comercial de los Estados Unidos. Y en este caso, los espías no eran endurecidos agentes de la KGB ni topos traidores comprados por un puñado de dólares, como ocurrió en tantas ocasiones en el pasado. No, según la contrainteligencia norteamericana, eran agentes "durmientes", que habían ingresado al país mucho tiempo atrás, habían cambiado de identidad y actuaban y vivían como todos unos gringos: veían futbol americano, llevaban a sus hijos a jugar beisbol, se retacaban de colesterol comiendo hamburguesas. Para sus vecinos, eran gente como ellos. Pero luego de años y años de llevar existencias totalmente normales y anodinas, habían sido activados para desempeñar su misión.
La cual, según parece, no era nada emocionante. Llama la atención que las acusaciones levantadas en su contra no incluyen la de espionaje. Y es que ni andaban robando documentos ni fotografiando instalaciones secretas. Más bien su función era colarse a ciertos círculos de poder, y desde ahí enterarse de cosas que de otra manera seguirían siendo ignoradas por el Kremlin. Eran más chismosos y socialitos que agentes secretos.
Tan socialitos (y tan norteamericanos) que todos ellos recurrieron a ese monumento a la soledad, vacío existencial y afán de notoriedad contemporáneos que constituyen las redes sociales. Y lo que algunos cibernautas encontraron allí se convirtió en un fenómeno de la red.
Una de las espías es una chamacona llamada Anna Chapman. Ella trabajaba como agente de bienes raíces en los alrededores de Washington, y parece que no le iba nada mal. Como parte de su esfuerzo por pasar desapercibida, tenía su espacio social, en donde ponía sus fotos y comentarios. Aunque, para ser espía, ni el lugar ni los contenidos suenan muy lógicos: el sitio era ruso; y en él hay una foto suya en Moscú. En el comentario adjunto dice adorar la gélida capital de Todas las Rusias. No muy discreta que digamos.
Pero lo que la convirtió un fenómeno cibernético es que la muchacha está bastante, bastante potable. Pelirroja de ojos verdes y cuerpo muuuuy proporcionado. De hecho algunas de sus fotos son atrevidonas, en poses seductoras y ropa provocativa. Sin duda muchos pensaron "¡Al fin, en la vida real una espía como en las películas!" De hecho, una encuesta del New York Times la ubicó como la espía más sexy (56%), muy por encima del personaje animado Natasha Fatale (16%), que aparece en las caricaturas de Rocky y Bullwinkle... lo que nos habla de la seriedad del sondeo.
El caso es que la chamacona despertó la imaginación y la hormona de muchos cibernautas. Ya veremos cómo le va... y cuántos galanes están dispuestos a defenderla de la aviesa justicia norteamericana. El show apenas empieza.