E L azar o las circunstancias entre naciones son providenciales, si es que las causas o los objetivos valen la pena y se aprovechan. Las relaciones entre México y los Estados Unidos nunca han sido enteramente cordiales, pues los gobiernos del país del Norte desean cortar la mejor tajada en la solución de los conflictos internacionales. Ante esto los presidentes de nuestro México han debido tragar saliva y masticar el tabaco de la inferioridad, que no se ha tornado en trauma debido al machismo de que somos capaces los mexicanos.
Hubo, sin embargo, presidentes que dejaron a salvo la dignidad de nuestro país en la disputa por las diferencias de criterio. La guerra fría entre Estados Unidos y Rusia, suscitada a posteriori de la segunda guerra mundial y las conferencias de Postdam, sirvió para que los presidentes mexicanos mostraran una posición digna y seria ante los pedimentos de apoyo de la Casa Blanca, que fueron respondidos con una interlocución afortunada, inteligente y habilidosa ante aquella contraparte. Para esto los presidentes mexicanos de la etapa post revolucionaria procuraban informarse de cuánto era la tajada que los norteamericanos obtendrían de sus conversaciones con los países europeos y cuál podría ser, por otra parte, la utilidad factible para México al otorgar 'un sí', 'un no' o un 'ya veremos' a sus peticiones, siguiendo el "quid pro quo" de la dialéctica filosófica...
Estos duelos en la alta diplomacia internacional, como bien los expresó el gran coahuilense don Adrián Lajous, coincidían al reconocer un proverbio original del pragmático presidente Lyndon Johnson, quien aseveraba que cada presidente debía establecer con hechos su "derecho a gobernar" ante los sectores de su país al iniciar su gestión; y no sólo esto, deberían refrendarlo y sostenerlo durante todo su mandato gubernamental.
Don Lázaro Cárdenas así lo hizo al sacudirse la tutela del presidente Calles, hecho que redundó en simpatía y apoyo político del pueblo; luego advirtió la necesidad de consolidar su derecho a gobernar ejerciendo una postura política contraria a la que había sustentado, en sus últimos tiempos, el propio Plutarco Elías Calles; sin embargo resultó claro que el propio militar michoacano estaba, en su posteridad, picando entre sí a los mexicanos. Entonces decidió conciliar a los burgueses con los desheredados mediante actos de justicia social.
A ello contribuyó la selección del sucesor, general Manuel Ávila Camacho, quien con una sola declaración calmó el atufo de unos y otros: "Soy creyente" diría ante quienes pensaban que continuaría la confrontación religiosa entre los mexicanos. Luego surgió la candidatura de don Miguel Alemán Valdés quien mostró hechuras de líder al respetar a su antecesor y apaciguar al sindicato petrolero que intentaba alebrestar al país a pretexto del nacionalizado petróleo. Finalmente Alemán exhibió su capacidad al construir la infraestructura necesaria para el progreso nacional, y con ello crear los empleos y las condiciones económicas necesarias para su desarrollo económico. Ruiz Cortines, por su parte, evidenciaría un año después sus cualidades y defectos al censurar a su ex jefe en el mismo evento de toma de posesión acusándolo de atentar contra las clases desprotegidas, y mostrarse indiferente a la corrupción de sus funcionarios más destacados.
Los presidentes Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz representaron ante la sociedad un cambio de generación en el gobierno. Uno y otro, pese a su amistad, brincaron la regla de no satanizar a sus predecesores. Y a pesar de ser ambos inteligentes y cultivados, finalmente perdieron la vertical y las simpatías que habían obtenido en sus respectivos gobiernos. Otra pareja de amigos entrañables acabó odiándose: don Luis Echeverría no alcanzó a probar su derecho a gobernar, según observó don Adrián Lajous, porque pronto se vio envuelto en excesos demagógicos y populistas, bajo severas críticas de los ciudadanos, José López Portillo sólo pronunció un bien construido mensaje de toma de posesión, pero no tardó en ser transformado por la trivialidad, la ambición y el nepotismo. Nacionalizó la banca privada que dejó quebrado al país, luego hizo una mala selección de sucesor y con ello dio pábulo a la inestabilidad económica y al desorden financiero estatal que aún padecemos.
En el año 2000 se dio la alternancia electoral cuando el partido ganó un año antes la Presidencia de la República. Acción Nacional repetiría en el año 2006 con lo cual la dichosa alternancia no cumplió su objetivo. El licenciado Felipe Calderón Hinojosa protestó el cargo ante protestas de los partidos de izquierda que integraban el Congreso de la Unión, lo que le impidió evidenciar su derecho a gobernar.
El PRI se reestrenó como partido de oposición y el nuevo presidente panista quiso dejar sentado su derecho a gobernar encabezando una lucha frontal contra la inseguridad pública propiciada por las organizaciones delictivas del país. Entonces el Ejército aceptó encabezar la persecución de los narcotraficantes, encabezando a los policías federales, estatales y municipales del país. Sin embargo, estos hechos no parecen configurar su derecho al gobierno: muchas son las muertes en ambos lados de esta guerra civil y su desarrollo no baja de ritmo ni propicia la tan anhelada tranquilidad nacional.
Y para colmo de males, la gobernadora del estado norteamericano de Arizona inició una guerra injustificada con los latinos, y especialmente los mexicanos, al autorizar un decreto estatal que sataniza a los inmigrantes latinoamericanos y faculta a su Policía y a la corporación federal migratoria, a usar la capacidad de fuerza, incluso con violencia, contra quienes no demuestren una autorización legal para pisar suelo yanqui.
Las movilizaciones de paisanos en todo Estado Unidos se suceden a diario, el Gobierno estadounidense ha expresado inconformidad con el decreto de Arizona y no pocos periodistas y comunicadores sociales critican con no disimulada cólera esta medida con características de atentado a los derechos humanos, y viola el derecho de gentes que norma las relaciones internacionales. El presidente Calderón, por su parte, ya expresó el disgusto de México y de su Gobierno y con ello esta acción, más que la de guerrear contra el narcotráfico, se presenta oportuna para probar su derecho a gobernar nuestro país. Esperamos que sus exigencias de justicia tengan éxito. Tanto el presidente Obama como el presidente Calderón podrían probar su voluntad política al hacer justicia en este caso.