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El desborde del placer

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Sergio Salinas

Durante la Edad Media, específicamente entre los siglos XI y XII, se produjo el primer movimiento artístico unificador en Europa: el románico. A grandes rasgos, este estilo propiamente católico representó la búsqueda por rechazar el cuerpo y los placeres considerados fuentes del pecado y el vicio con el fin de procurar el alma inmortal. Religiosos o no, muchas de estas ideas han perseverado en el ser humano por alguna razón.

Nadie está exento del vicio. Los placeres, tales como sustancias, personas, objetos o situaciones son elementos naturales de la vida. Todos los disfrutamos; si no, nos amargamos la vida. Pero en exceso, se vuelven vicios destructivos: alcohol, drogas, medicinas, tabaco, dinero, sexo, amor, la tristeza, la felicidad, agua, comida, piedad, cariño, religión, nacionalismo, paz, cualquier cosa.

Hay un miedo a las consecuencias del exceso que nos ha llevado a varias formas de evitarlo, la mayoría fallidas: ignorarlo, reprimir el instinto, demonizar el placer, libertinaje, evitar las consecuencias a toda costa. Condenamos a los viciosos por temor a vernos como somos realmente, débiles y vulnerables. Le rehuimos al dolor sabiendo que sufrimos al hacerlo.

Algunas personas, sobre todo quienes controlan el mundo de hoy, han logrado sacar provecho de estas debilidades para promover el placer y traducirlo en ganancias personales. Vendemos alcohol pese a ser objeto de alcohólicos, vendemos comida chatarra pese a que produce obesidad, vendemos sexo frente a la sobrepoblación, engaños, enfermedades y muchos corazones rotos. Y de forma ilegal, otros buscan saciar estos vicios con drogas, prostitución y muertes a sueldo. Con esto comercializamos el vicio y la dignidad humana; y la sociedad, pese a que supuestamente rechaza todo mal, lo promueve inconscientemente.

Lo más fácil realmente es prohibir: no hagas esto, no hagas aquello, si bebes eres alcohólico, si tienes sexo eres un promiscuo. O bien: no importa, hazlo, todos lo hacen, no tiene nada de malo. Hemos desarrollado estos dos polos: uno prohibitivo y uno permisivo. Entre ambos polos hay hipocresía, imposición, muerte, llanto: personas destruidas, el narcotráfico, las enfermedades de transmisión sexual, el consumismo, la crisis ecológica, en fin. La prohibición incita al placer de lo prohibido. Sucumbir al vicio nos lleva a destruirnos a uno mismo y a los demás.

No se trata de buscar la restricción o el libertinaje, sino la libertad. Templanza, una virtud cardinal desde la antigüedad (junto con la prudencia, la justicia y la fortaleza), es una forma de ser libres del vicio, de la prohibición, disfrutar el placer sin consecuencias. Una verdadera educación permite la libertad de sus educados: idealmente, debemos aceptar esta doble condición instintiva y racional y encontrar el equilibrio, la moderación en el placer.

¿Beber alcohol es malo? ¿El sexo es malo? ¿Lo son las drogas? No. Todos estos bienes que provienen de la naturaleza son parte de nosotros. Lo importante es saberlos usar y no usarlos por las razones incorrectas, recordar la máxima: "amar a los demás como a uno mismo". La educación ha de ser franca y sincera, directa y firme, promoviendo el consumo responsable de todo bien. Sin tabúes, hipocresías ni recatos, pero con responsabilidad. Vivir el placer en la medida natural exacta para vivir felices y no morir desesperados en el intento.

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