En arrebato de furia cívica, electorera en el trasfondo, "vestidos de negro y cargando un féretro, coronas fúnebres y esquelas gigantes, diputados lamentaron la muerte de la democracia a manos del gobernador Enrique Peña Nieto". La noticia aparece en lo que en el argot periodístico suele llamarse copete, que es cuando se hace una acotación al margen del texto, en el caso, la que ocupa la parte superior de la nota informativa, indicando que el pleno de la Legislatura del Estado de México, aprobó la reforma con la que desaparecen las candidaturas comunes en la entidad y en natural consecuencia, el articulado correspondiente en el Código Electoral. Los columnistas más reputados, en los diarios que se editan en la Ciudad de México calificaron la medida como una evidencia sine qua non de que al oír que se pueden unir sus contrarios, el gobernador se estremeció de miedo, le sudaron las palmas de las manos, la frente se le perló de sudor, se le puso malo el cuerpo y el penacho que porta orgulloso, como un símbolo de juventud, amenaza con derrumbarse.
Ya en el reciente pasado, aducen sus detractores, hubo un acuerdo en el que participaron Beatriz Elena Paredes Rangel, por el PRI, Juan César Nava Vázquez, en representación del PAN y como testigos de honor, Fernando Francisco Gómez Mont y Luis Enrique Miranda Nava, secretario de Gobernación en el Gobierno Federal y secretario de Gobierno en el Estado de México, comprometiéndose a nombre de sus institutos políticos, el 30 de octubre de 2009, a abstenerse de formar coaliciones con otros partidos, obligándose a evitarlas mediante las reformas legales correspondientes.
El Golden Boy, escabulló el bulto, brillando por su ausencia física, queriendo dar la impresión de ser ajeno al asunto, aunque debo de decir que no era necesario se le mencionara en el documento para tener la certeza de que estaba al tanto de lo pactado, pues en su feudo, coinciden los toluqueños, no se mueve la hoja de un árbol sin su consentimiento.
Ante el apuro encontró una desesperada solución al brete que para entonces no lo dejaba dormir. En efecto, una cómoda legislatura dio paso a la prohibición para que en esa entidad federativa se celebren uniones entre partidos en materia electoral.
Debo reconocer, es un derecho que tiene cada gobernador de acometer aquello que políticamente pueda, en dado caso, causarle un dolor de cabeza. Que es poco ético, eso no importa pues se trata de política donde las partes suelen darse hasta con la cubeta con tal de conseguir sus propósitos. No olvidar que las luchas electorales en estos tiempos se han convertido en una guerra en la que no se responde si hay chipote con sangre sea chico o sea grande. Los partidos políticos, en este caso, hicieron un escándalo que provocó aclaraciones inusitadas por parte del gobernador quien reconoció su vocación democrática recordando que él mismo en su oportunidad acudió a pedir el voto de la ciudadanía en conjunción con el Partido Verde.
Hasta el momento no se ha consensuado los cambios a la Constitución local entre los ayuntamientos, ni por ende se ha hecho su publicación en el Diario Oficial del Estado de México. No obstante para minimizar los argumentos en contra de la polémica reforma, que contra viento y marea se quiere blindar para no correr los riesgos de que salga un candidato aliancista, como sucedió en los estados de Oaxaca, Puebla y Sinaloa, que podría dar la traste con las ambiciones del actual gobernador, de ser postulado por el PRI como candidato, se ha organizado una estrategia consistente en que se hagan comentarios favorables a los cambios propuestos precisamente por el Partido Verde Ecologista de México.
Me parece que por primera vez los seguidores de Peña Nieto han empezado a dar palos de ciego perdiendo la mesura que hasta ahora habían guardado. La cosa es más triste porque hasta ahora la precampaña del mandatario había caminado sin mayores contratiempos.
En fin, reformar la ley fundamental del Estado de México para adecuarla a sus pretensiones, como si fuera un menú de un restaurante en que a capricho se puede variar de platillo ¿será su Waterloo?, y la pregunta más importante ¿quién será, en esta vez, Arthur Wellesley, duque de Wellington?