Oportuna y reiterada, la crítica a la fallida estrategia en la guerra contra el crimen ha sido despreciada una y otra vez por el gobierno. A quien la formula se le clasifica de pesimista, tonto útil, apólogo del crimen o, bien, se le coloca contra la pared bajo el argumento falaz de que se combate como se combate o, sencillamente, hay que cruzarse de brazos frente al crimen.
Ahora, sin embargo, la descalificación de la estrategia no proviene de voces mexicanas. No, ahora, se ha revelado -a su pesar- la postura del vecino del norte y socio clave en esa guerra. Hoy, de los estadounidenses se conoce su desconfianza en la estrategia, su lamento por la corrupción que corroe a la estructura de ese combate, su duda sobre la capacidad de las fuerzas militar y policial, su decepción frente al sistema judicial...
Los archivos secretos difundidos por WikiLeaks, fechados entre 2009 y principios de este año, colocan en un brete a la embajada de Estados Unidos en México y en un problema a la administración calderonista. De un lado y del otro de la frontera intentarán minimizar lo revelado y fingir una molestia pasajera pero, háganle como le hagan, los documentos son reveladores.
El calderonismo está en un apuro y asombra su decisión de ignorar la realidad y persistir en una lucha mal planteada que sólo arroja miedo y muerte.
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Ya no inquieta la creciente pérdida del sentido de realidad de la administración que, a cuatro de años de su inicio, nomás no ha podido constituirse en gobierno. Preocupa que -aun hundida en la adversidad- se muestre decidida a calentar los ánimos preelectorales, a derribar los muy estrechos y frágiles puentes con la oposición priista y la sociedad en su conjunto, así como a reimpulsar la rijosidad político-social que, justamente hace cuatro años, por poco desemboca en una crisis constitucional.
Se entiende, pero no se justifica ese estilo de hacer política. Vaya una paradoja. En estos días, el mandatario recuperó el término "violentos" para referirse a los criminales. Mismo concepto que, hace cuatro años, aplicó a los lopezobradoristas. Esto es, "violento" no define a quien privilegia la fuerza sobre la razón; no, en el léxico calderonista, define a quien lo resiste o se le opone. Exhibe el modo de emparentar el combate al crimen y la competencia política a partir del principio de la eliminación.
Cada quien su estilo, pero animar la confrontación política mientras se libra una lucha violenta contra el crimen es en extremo peligroso. Peligroso por sí, pero peligrosísimo por la circunstancia en la que se encuentran el mandatario y su administración.
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La circunstancia presidencial es de enorme fragilidad y, aun así, se juega a atizar el fuego... poniendo en riesgo la estabilidad política sin ni siquiera tener asegurada la consolidación económica.
Sin partido, sin gabinete, sin candidato sucesor y sin aliados -originalmente, el magisterio y las Fuerzas Armadas- confrontar a la principal fuerza opositora, confrontar a los medios de comunicación, confrontar al Legislativo puede interpretarse como una osadía, pero también como una tontería.
Sin fuerza, equipo ni organización, el margen de maniobra de la administración exigía enorme inteligencia en la operación política pero, por lo visto, se ha resuelto seguir la ruta trazada por el calderonismo de su origen: meter en el mismo costal al adversario político y al enemigo criminal para confrontarlo con dureza y sin distingo. Internarse, pues, en el laberinto que al parecer configura el hábitat natural de este sexenio.
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Desde hace días se esperaban las revelaciones de los cables enviados por la representación diplomática estadounidense. Se conocería, así, la información y la percepción de la embajada estadounidense de la actuación del calderonismo ante el crimen. El secreto, en cierto modo, ya no era un secreto, faltaba sólo su contenido. Puesto el Departamento de Estado contra la pared por WikiLeaks es probable que haya comunicado a la Cancillería mexicana qué contenían esos archivos y atemperar, así, el daño en la relación bilateral.
Haya sido así o no, es de muy difícil comprensión cómo, todavía el domingo y el miércoles pasados, la administración y el jefe del Ejecutivo resolvieron encarar la situación. En vez de practicar una política de control de daños hacia el interior del país, comunicando a las oposiciones y a los medios lo que se venía y, en esa medida, intentar contener su efecto, resolvió confrontarlos y, absurdamente, mirar hacia el pasado como una tragedia sin asomarse al futuro como una alternativa.
Nada de eso, se decidió hacer política mirando por el espejo retrovisor.
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Esa actitud obliga a pensar en una alternativa: la administración perdió por completo el sentido de realidad o da por perdido el resto del sexenio así como la próxima elección presidencial y, entonces, actúa al calor de la desesperación y el ardor de la derrota autoinfligida.
Lo uno o lo otro, la suerte de la administración calderonista está echada. Los diagnósticos de la situación fueron mal hechos y derivaron en un plan de acción igual. No pudo con la reforma petrolera, no pudo con la reforma electoral, no pudo con la reforma laboral, no pudo con la reforma fiscal, no pudo con el crimen y, en dos años, no va a recuperar lo perdido a lo largo de cuatro años. Está echada su suerte, pero ello no obliga a aceptar que a su destino quiera atar a la nación, condenándola desde ahora a otro sexenio de malestar, dolor y frustración, donde el futuro sea un anhelo y no una posibilidad.
Dada la circunstancia que afronta, lo lógico sería que el calderonismo intentara hacer amarres hacia el interior de su partido, hacia la oposición priista, hacia los medios de comunicación para entregar los trastes de la mejor manera posible pero, increíblemente, está haciendo lo contrario: desatando los nudos de los muy delgados hilos que todavía la sostienen.
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Puede el calderonismo condenar su destino, pero no arrastrar a la nación.
Si al arranque de su gestión se cobijó, ante su falta de legitimidad, en dos fuerzas, una gremial y la otra armada, ahora ha perdido o debilitado esos soportes y, por lo ocurrido con el semanario Proceso, busca ahora cobijarse -ya se conocerá el precio- con la televisora que, por lo visto, está decidida a hacer valer su peso y poder a como dé lugar aunque, igual que la administración calderonista, falle en la estrategia.
Si el calderonismo resolvió dinamitar su destino, no tiene porqué atar a él a la nación.
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