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El hombre de azul

GILBERTO SERNA

Hasta ahora parece que sólo el miedo se ha apoderado de la Sultana del Norte, donde perecieron dos estudiantes de una prestigiada institución educativa. Aún no ha hecho su arribo el pánico, en que la persona pierde toda compostura y agarrando sus pertenencias sale del lugar precipitadamente en busca de nuevos horizontes donde piensa que encontrará la calma perdida y cobijo a sus temores. Eso o quedarse en el lugar para vivir permanentemente rodeado de guardias blancas, es la disyuntiva. Los que cuentan con dinero suficiente buscarán en el extranjero nuevas tierras dónde protegerse, si es que no las encontraron ya. Los que vivimos al día seguiremos aquí, a querer o no, santiguándonos cada vez que salgamos a las calles. Otros contratarán personas que les proporcionen ciertos índices de seguridad. Pero ¿qué es lo que pasa? ¿En dónde se hizo humo la tranquilidad? ¿A quién le debemos los mexicanos que estemos rindiendo tributo a Huitzilopochtli, Dios de la Guerra, representado por los Aztecas como un hombre azul, completamente armado, con plumas de colibrí en su cabeza? Los aztecas solían ofrecerle sacrificios humanos arrancándoles el corazón a los cuerpos de las víctimas cuando aún estaban vivos.

La hermana del Dios de la Guerra, Coyolxauhqui, quien había instigado a sus demás hermanos para matar a su madre Coatlicue por que decía los deshonró al resultar embarazada mágicamente, hizo que Huitzilopochtli brotara de su madre ya como un adulto armado cortándole la cabeza a Coyolxauhqui que arrojada al cielo se convirtió en la Luna. Todo esto es parte de la mitología azteca.

Ustedes recordarán, hace un cuarto de siglo, al estarse practicando una excavación en la realización de ciertos trabajos para la compañía de luz, la madrugada de febrero de 1978, se encontró casualmente la pieza completa de piedra, de forma semiovalada, apareciendo en una de sus caras la Diosa de la Luna. Una grabación, en bajo relieve, de una mujer mutilada, sangrante, de torso desnudo que viste sólo un cinturón en forma de doble serpiente, cuyo tallado es de una hermosura monumental. Se decidió conservarla en lo que resultó ser el descubrimiento de los vestigios del templo principal de la antigua y orgullosa capital azteca conocida como la Gran Tenochtitlán.

De la belleza de la piedra de 20 toneladas usted puede percatarse, si no lo hizo ya, visitando un costado de la Catedral de México, donde actualmente se halla el impactante y majestuoso monolito artístico. En el bello y renovado Centro Histórico de la Ciudad de México, nos invoca un sentimiento de nostalgia y grandeza ante la memoria de los siglos, hablándonos de un pasado portentoso y fascinante. Escribe el mexicano Gonzalo Celorio, al encontrarse con esta pieza alucinante, en su obra Tiempo Cautivo. La Catedral de México. Porrúa 1982, que a continuación transcribo en parte:

"Al pie de las alfardas del Teocalli yace, desmembrada, Coyolxauhqui, la que se pinta con cascabeles las mejillas, desnudas las redondas crestas de sus huesos, esparcidos sus brazos y sus piernas, como aspas de rehilete, en la Luna cumplida que tiene por lindero y por mortaja; dislocada la cabeza, roto el cuello como fauces feroces: dentado. No con la vista sino con el rostro, Coyolxauhqui mira pálida y menguante, al nuevo Sol: Huitzilopochtli, su hermano y victimario, escalado en la cúspide del templo. Los crótalos sin fin que le anudan codos y rodillas y el cráneo que le cierra la cintura son herencia de su madre Coatlicue, la que viste falda de serpientes."

Bien, recuerdo que en los años 1982 a 1984, se acuñó una moneda de cuproníquel con valor de 50 pesos que trae en el reverso la imagen de la deidad. Tanto me producía su encanto, al revelar el pensamiento mítico de nuestros antepasados, que podría indicarnos el porqué de la violencia actual, cuáles son sus raíces, qué hace que se produzca con tanta crueldad, ferocidad y sea sobre todo tan sanguinaria. Hay entre nosotros un Huitzilopochtli, que reclama los corazones de niños y jóvenes de estos tiempos, al que representan los Aztecas como un hombre azul, que no entiendo, si padece la enfermedad de Raynaud o volteando a la bóveda celeste, se refleja en los ojos de los miles de cadáveres o simplemente el individuo viste de ese color. No lo sé. ¿Usted sí?

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