El juglar del color
Por su personalidad y la cualidad innovadora de su obra, Paul Klee es considerado -con justicia- uno de los artistas más importantes del siglo XX. Su trayecto vital es una referencia central para todos lo que buscan expresarse en líneas y colores.
Hombre meticuloso que catalogó todas sus obras en registros detallados. Temperamento ordenado que entraba y salía puntualmente de su estudio. Violinista virtuoso. Espíritu científico, noble y mordaz. Soldado, padre de familia, teórico, maestro. Todo eso fue Paul Klee. Podría decirse que era alguien de una sensibilidad excepcional cuya percepción del mundo fue madurando hasta ser capaz de transmitir registros emocionales sutiles, como si él mismo fuera un instrumento afinado con precisión.
En obras como Magic Mirror (1934) presenta una distribución en apariencia simple, pero una inspección más detallada revela una composición perfectamente calculada, que gracias al juguetón desbalance de las pupilas rojas resulta dinámica. Al igual que si se tratara de las varillas de un edificio, las líneas sostienen sofisticadas armonías cromáticas sutiles, que aparentan haber sido raspadas de una vieja pared y aun así conservan toda su viveza. Hablamos en suma de una obra donde el dibujo y el color se suman al símbolo del rostro para presentar una configuración infantil sólo en apariencia.
En el caso de Klee, la sencillez es la máscara de la sabiduría. Siendo el arte un producto de la cognición y emoción está al alcance de todos, pero pocos como él logran estructurar una voz inconfundible de matices y formas. Si alguna vez el ‘incomprensible’ maestro tuvo únicamente cuatro alumnos, hoy sus lecciones (compiladas en distintas publicaciones) son tópico obligatorio en las escuelas de arte. A la manera de un equilibrista, tendió un lazo entre el raciocinio y el sueño y con esto hizo de su nombre un punto ineludible para los pintores de la segunda mitad del siglo XX.
CONEXIÓN DE COLOR
Klee nació en Suiza en 1879, en el seno de una familia de músicos caracterizados por un recio temperamento, el cual se manifestó en el choque entre Paul y su padre Hans, quien lo veía más como músico que como pintor. Sin embargo el joven, estimulado por su abuela, desarrolló una excepcional habilidad para el dibujo. Su padre jamás comprendería su obra ‘extravagante’, y cuando los nazis lo calificaron de ‘artista degenerado’, el viejo Hans vio en ello un resultado natural de las extrañas experimentaciones visuales de su hijo.
Hacia 1898 comenzó sus estudios de arte en Munich, donde destacó como dibujante pero parecía no tener ningún olfato para el color y sus primeros resultados al pintar fueron desastrosos. Fue una época de disipación, de alcohol y aventuras.
Al conocer a su esposa, la pianista Lily Stumpf, Klee sentó cabeza y comenzó a organizar las ideas y a tejer el círculo de amigos que lo definirían como artista en los años venideros. 1910 fue un año clave, ya que conoció a Kandinsky, Franz Marc y los miembros del Jinete Azul, grupo que sentó las bases del arte abstracto, creadores que veían en el azul el tono de la espiritualidad, que gustaban del arte primitivo y exploraban las conexiones entre música y pintura; en suma, eran almas afines a la de Paul, que si bien no se integró formalmente al conjunto, sí incorporó las ideas de éste en su obra.
En 1914 un viaje a Túnez marcó el giro definitivo en la carrera del suizo. Ante las murallas de las antiguas ciudades musulmanas, tuvo lo que podría calificarse como un rapto místico. Un extracto de su diario da fe de esta profunda transformación: El color me ha poseído, siempre me ha poseído. Este es el significado de esta hora de dicha: el color y yo somos uno. Soy un pintor.
La conexión entre dibujo, matiz y forma se había establecido y el hilo conductor se fincó en sus conocimientos musicales. Sus primeras piezas abstractas de 1914 reflejan ese ánimo de instaurar contrapuntos visuales entre línea y tonalidad.
Tuvo que enlistarse en el ejército durante la Primera Guerra Mundial, pero gracias a la intervención de su familia no lo enviaron al frente. Nunca fue un nacionalista y con toda certeza la milicia no era su vocación. Mientras su amigo Franz Marc moría en el frente junto con muchos otros, él se mantenía alejado, ocupado en su incesante conflicto interior, en la batalla con la forma y el color, de la que nunca conoció tregua.
PINTAR DESDE EL FONDO PRIMITIVO
La madurez del pintor transcurrió como maestro de la Bauhaus, legendaria escuela que contó con una planta docente histórica, que incluía a Moholy Nagi, Kandinsky, Walter Gropius y Feininger, entre muchos otros, para crear uno de los picos intelectuales del diseño, la arquitectura y las artes del siglo XX. Klee dio forma a sus ideas en escritos y conferencias, admirado por los surrealistas y por Picasso, que viajó para conocerlo en persona.
Paul pasó sus últimos años limitado por la esclerodermia, enfermedad que lo dejó parcialmente inmovilizado. La muerte lo encontró en Suiza el 29 de junio de 1940. Sus palabras sellan el testimonio de una vocación que lo llevó a experimentar regiones desconocidas del arte: “¿Qué artista no querría habitar allí donde el órgano central del tiempo y del espacio -no importa si se llama cerebro o corazón- determina todas las funciones? ¿Qué artista no querría habitar en el seno de la Naturaleza, en el fondo primitivo de la creación, donde se halla la clave secreta del todo?”.
Su legado, la clave de su vigencia, es su temperamento que conjuntó en perfecto equilibrio al investigador y al creador sensible. Para el pintor común aplicar color es suficiente. Klee no se conformó con eso e indagó en las leyes que rigen la composición pictórica, estableciendo brillantes analogías con las estructuras musicales para extraer patrones aplicables en la expresión plástica, estudiando la naturaleza del color, su impacto emocional, sus combinaciones e influencias sobre la forma.
Klee es ejemplo del arte como ejercicio intelectual, donde la razón no desdeña a la intuición o viceversa, y prueba de ello son sus escritos que dan testimonio de su rigurosa metodología. Rompió esquemas, soportando críticas y penurias económicas. Analítico y al mismo tiempo libre, brinda un perfil de personalidad sui géneris, el de un adulto que sabe jugar como un niño, capaz de convocar la magia cromática que sólo se obtiene con ojos limpios. Ilustró a cabalidad lo dicho por Baudelaire: “El genio no es más que la infancia recuperada a voluntad”. Paul Klee, científico y esteta, alma juguetona que supo explorar tierras y espacios que ningún artista había pisado antes.
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