Los bancos centrales, en particular los de los países desarrollados como la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos (EU), el Banco Central de Japón, el Banco Central de Inglaterra y el Banco Central Europeo, tienen una tarea ingrata en sus manos.
Sus decisiones de política monetaria, en particular las de la Fed, son analizadas con lujo de detalle por especialistas y medios de comunicación, lo que en algunas ocasiones se traducen en grandes alabanzas, mientras que en otras llevan a críticas severas.
Los análisis ex-post realizados sobre la Gran Depresión en la década de 1930 señalan que una recesión relativamente normal en la economía de EU, se agravó ante la respuesta inadecuada de la Fed que, con una política monetaria muy estricta, contribuyó a precipitar al país y al mundo en un desplome de la producción y del empleo, así como en una deflación.
Un caso parecido, aunque localizado en la economía japonesa, se registró en la década de 1990 cuando se combinó el estallido de una burbuja en los precios de los inmuebles, una crisis bancaria y la consecuente recesión económica. En un principio la reacción de las autoridades monetarias japonesas fue anticíclica, pero en 1997 endurecieron su política y el país recayó en recesión.
El prestigio de los bancos centrales registra, por tanto, vaivenes en función de los resultados que logran con la aplicación de sus políticas. En fechas recientes hemos sido testigos, en el caso de la Fed, de medidas de política que por años fueron motivo de admiración para luego identificarse como el origen de trastornos financieros posteriores.
El ejemplo más claro de este siglo surge del análisis de las causas de la Gran Recesión de 2008 y 2009, donde se encontró que la burbuja en los precios de las viviendas fue alimentada por la política monetaria previa, excesivamente laxa, de la Fed. Al estallar esa burbuja, detonó la crisis de los créditos hipotecarios subprime en EU.
Este diagnóstico, por cierto, demeritó la gestión de Alan Greenspan, presidente de la Fed entre 1987 y 2006, responsable principal de esa política monetaria laxa, y quien llegó a ser considerado como uno de los mejores banqueros centrales del mundo. Durante su mandato, cuando se mencionaba la posibilidad de la burbuja inmobiliaria, siempre la descartó.
Hoy le toca a Ben Bernanke estar en las candilejas. El relajamiento extraordinario de la política monetaria, que fue emulado por el Banco Central Europeo y el Banco de Inglaterra, mereció el reconocimiento generalizado de los expertos y de los inversionistas al lograr evitar tanto el colapso del sistema financiero de EU, como que la recesión global se transformara en una depresión.
No obstante, a medida que el fantasma de la recesión se fue alejando, desapareció el consenso a favor de la Fed y han surgido algunos síntomas de escepticismo sobre la eficacia de sus políticas, así como de sus consecuencias futuras en EU y el resto del mundo. Esto, a pesar de que todavía hay serias dudas sobre la solidez y el sostenimiento de la recuperación actual.
La Fed transita por terrenos inexplorados al aplicar una segunda ronda de relajamiento cuantitativo y mantener las tasas de interés de los fondos federales excepcionalmente bajas por un período prolongado.
Muchos consideran que cada vez es más evidente que una política monetaria laxa en exceso ya no estimula mucho la actividad económica y sí pudiera generar perjuicios, dentro y fuera de EU.
Esto último es válido, en particular, para los efectos que tiene el llamado relajamiento cuantitativo, que consiste en la inyección de liquidez mediante la compra de valores gubernamentales o privados financiada con emisión de dinero.
Dentro de EU surge la preocupación que esa medida poco efecto tendrá sobre las variables reales de la economía, como la producción y el empleo, pero pudiera traducirse en un brinco inflacionario importante en el futuro.
Por otro lado, la medida fue duramente criticada fuera de EU, especialmente por autoridades de Alemania, Brasil y China. El descontento obedece a que la inyección de liquidez debilita la cotización del dólar frente a otras monedas y alimenta, además, una burbuja en el precio de los activos financieros.
La intención del relajamiento cuantitativo de la Fed no es, necesariamente, la depreciación del dólar, aunque este sea un resultado colateral inescapable de una política monetaria laxa que busca consolidar la recuperación económica de EU en un entorno de estabilidad de precios.
La gran preocupación es que no hay seguridad de que ese será el resultado, mientras que tampoco se tiene una idea clara de los daños que ello causará sobre otras economías. En dicho contexto, el veredicto sobre el papel de Bernanke como cabeza de la Fed está todavía en el aire.