Recorrido por la isla de las garzas y los changos.
EL UNIVERSAL
No ha parado de llover y la oscuridad ya nos atrapó. El sonido de las aves se convierte en una orquesta sinfónica que incluye el ulular de un búho, allá, escondido entre las ramas. Con ayuda de la luz de unas linternas, tentamos el terreno: piedras sueltas, baches, ramas húmedas y lodo. Hay resbalones y tropezones mientras subimos un cerro hasta llegar al lugar donde los guías montarán las tiendas de campaña. Esta noche dormiremos en la selva del Marinero, en la Reserva de la Biosfera de Los Tuxtlas, en el estado de Veracruz.
El escenario luce verde todo el año: árboles que miden más de 40 metros de altura, enredaderas larguísimas que muy bien podrían aguantar nuestro peso para balancearnos como Tarzan, helechos y platanares frondosos, y hojas de cientos de formas y matices, algunas de tamaño gigante. La reserva sigue con vida a pesar de que sólo conserva 10% de su vegetación total.
En el municipio de Catemaco existen dos comunidades de campesinos, Adolfo López Mateos y Miguel Hidalgo, ambas representadas por la Red de Ecoturismo de Los Tuxtlas, que desde hace 12 años ofrecen al viajero la experiencia de acercarse al corazón de la selva. Cuentan con servicio de hospedaje en cabañas rústicas para grupos y familias, en su mayoría, aunque también hay espacios privados para parejas.
Lo mejor es la convivencia con la gente local y los paseos en los que se descubren paisajes escondidos, el poder de las plantas medicinales, la belleza de las raíces de un árbol milenario, se agudiza el oído y se aprende a identificar el sonido de cada animal, su comportamiento y a respetar los insectos por más feos que le parezcan a uno.
Regresas a casa un poco más sabio y enamorado de la naturaleza.
El verdadero sentir de la aventura toma fuerza al atardecer y alcanza su clímax en la noche. No hay palabras para describir el rugir de la jungla: las copas espesas de los árboles esconden cientos de aves, monos araña traviesos que se espulgan la espalda.
Para muchos seres la vida empieza cuando el sol se va. Salen de su guarida pumas, ocelotes y jaguares buscando comida fresca. De vez en cuando los guías organizan caminatas nocturnas por senderos ya marcados para tratar de observarlos. Una advertencia, hay que seguir las instrucciones del guía en todo momento: no tocar plantas ni bichos extraños y, sobre todo, no salirse de los caminos ya marcados. No queremos que se lleven un susto. Entre las piedras o debajo de una ramita podrían encontrarse una nauyaca, una víbora cuyo veneno es mortal.
El viaje a la selva comienza en el famoso poblado de los brujos y curanderos que se localiza a dos horas de las comunidades campesinas. Pregunta por las pirañas, las camionetas de transporte público que por 20 pesos te llevan a Adolfo López Mateos y a Miguel Hidalgo.
Los lugareños explican que más allá de los brujos y del templo que se empezó a construir en 1719, el verdadero atractivo y misticismo del pueblo de Catemaco consiste en abordar una lancha y navegar en la laguna; en el centro de ella hay que cerrar los ojos y sentir la fuerza de este ojo volcánico.
EN EL LAGO EL APOMPAL El ejido de Miguel Hidalgo es también conocido como Lago El Apompal, por la gran cantidad de árboles de esa especie.
Después de nuestra llegada y almuerzo (probamos unos deliciosos sopes tradicionales), los comuneros nos llevan a dar un paseo a la cascada Cola de Caballo (me pregunto cuántas cascadas con ese mismo nombre habrá en México), una delgada caída de agua con una altura de sesenta metros.
Contrario a lo que se pudiera pensar, el agua es más bien tibia en estas albercas naturales. Nadie quiere salir del agua, pero ha pasado el tiempo. Se acerca la hora de la comida. Aunque es época de lluvias, llegan oleadas de un calor agradable, durante el día y la noche.
APRENDIZ DE BOTÁNICO En esta comunidad se han programado dos recorridos a través de los senderos La Cascada y Cueva de los Murciélagos. El primero consiste en una caminata de 380 metros en subida. El guía muestra algunas plantas y árboles típicas de Los Tuxtlas y explica su función medicinal. Se hacen 17 paradas en total antes de llegar a una hermosa cascada de 47 metros de altura que, bajo la sombra de árboles, de casi cuarenta metros, forma un gran estanque de agua cristalina en el que también está permitido nadar y dar varias brazadas para cansarse. Este recorrido tiene una duración de dos horas, aproximadamente.
En el sendero Cueva de los Murciélagos se observan plantas y animales en el borde del río Coxcoapan, hasta llegar a una cavidad donde habita una colonia de diferentes especies de murciélagos. Los vemos dormidos, pegados en las rocas durante el día. Aquí se formó otra alberca natural, pero de grandes dimensiones, un pretexto más para refrescarse.
CAMPAMENTO SELVA DEL MARINERO La Selva del Marinero, en la comunidad Adolfo López Mateos, debe su nombre a una planta llamada marín, nociva para el hombre, según cuenta el guía. Sólo con rozarla uno siente que la piel le quema. De esta misma se alimentaba el extinto jabalí de labios blancos. No lo hace más porque los cazadores terminaron con él hace 35 años.
El dormir bajo las estrellas (o la lluvia) es opcional. La salida es al atardecer.
El Marinero se localiza a cuatro horas de camino de la comunidad. La gente descubre el esplendor de la selva después de una muy inclinada caminata, acompañada de una incesante lluvia que va y viene y le da un grato e inolvidable sabor al momento.
No hay animales salvajes a nuestro paso y durante el ascenso parece que no hay tiempo para tomar un respiro.
Por instantes se apagan las linternas y en la inmensidad de esa oscuridad que nos rodea se aprecian pequeñas luces verde fluorescente entre la maleza. Santiago Mena, quien nos explica e interpreta los sonidos que se escuchan alrededor, atrapa uno de esos insectos llamados cocuyos y lo coloca en mi mano.
Se monta el campamento donde se instalaron baños ecológicos. La fogata ya está encendida. Entre todo lo que cocinaron los guías nos dan a probar la malanga, un tubérculo que se rebana y fríe como papa y se come con azúcar, acompañado de un exquisito café. Nos sorprende que no haga frío en la madrugada.
Hay que despertarse antes de las seis de la mañana. Vamos a observar loros, cotorros, halcones, pericos, oropéndolas y águilas. Si te gusta la foto consigue un lente de largo alcance o al menos unos binoculares. Todas son hermosas, exóticas, pocas veces las verás en libertad. El recorrido concluye después de apreciar vistas espectaculares que abarcan la vegetación de la Sierra de Santa Marta, de la laguna de Sontecomapan y hasta el mar.