Hay un denso ambiente alrededor de la Iglesia que envuelve al Papa. En esta colaboración no entraré a la condena que se está extendiendo como una pandemia por el mundo entero, en que pareciera que la moda es hundir en la deshonra a una institución que se fundó hacia el año 33 de la Era Cristiana. ¿Que el ser humano es falible?, ¿que todos somos pecadores?, ¿que la humanidad nace del pecado?, serían razonamientos que en estos días nadie quiere escuchar. No estamos hechos para perdonar, excepto a nuestros desvaríos. Ni es el caso en que la dialéctica apure el paso, pues es más fácil agacharse y tomar la piedra bíblica. Que cometieron un pecado capital, no hay quien lo dude. Que no merecen perdón por ello, nadie lo discute. Que no hay argumento que valga para justificarlo, también. De que obraron suciamente nadie lo podrá negar, puede decirse que se pusieron el ropaje que usa el demonio para pervertir a benditos inocentes. Está entre nosotros el Señor de las Tinieblas, sembrando la cizaña en el seno de la propia Iglesia Católica.
El Vicario de Cristo en la celebración del quinto aniversario de su elección como Papa, reunido con un grupo de cardenales dijo que no se siente solo como dirigente de una Iglesia que "herida y pecadora" está experimentando, con mayor fuerza, el consuelo de Dios cerca de él a los cardenales, compartiendo tribulaciones y consuelo. Años atrás, cientos de años, Jesús Cristo había afirmado: "Y Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta roca, Yo edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no prevalecerá contra ella".
Según mi humilde opinión aquí reside el quid del asunto. Unos cuantos o muchos, si usted quiere, se dejaron aconsejar por la misma serpiente que tentó a Eva cuando ésta, junto a Adán, gozaba del paraíso. No es nada raro que la primera providencia que toma el ángel caído sea la de que los hombres neguemos que tan siquiera exista, menos que pueda influir en las cosas sagradas. No olvidar que vivimos en una época cargada de miedos e incertidumbres, propicia para que perdamos la fe en lo divino, plagada de cruentos asesinatos y absurdas calamidades.
Nos negamos a aceptar que el mal pueda florecer en una tierra abonada con el estiércol del mismísimo Príncipe de los Demonios. Es un mito su existencia por que, al fin humanos, sólo creemos en lo que se puede captar con nuestros cinco sentidos. Desde siempre Satán ha empujado a sus huestes con el deliberado propósito de destruir a su odiado enemigo: la Iglesia.
Lo veo tan claro que no sé cómo otros se equivocan en el argumento de que el abuso es propiciado por el celibato de los sacerdotes o es el producto de una sociedad perdida en los refinados placeres del epicureísmo. Buscando una explicación humana a los horrendos abusos que se han cometido tanto en las catedrales de la expiación como en las diócesis más humildes; puede decirse que la impiedad se ha enseñoreado del mundo.
Ustedes recordarán el pasaje bíblico donde Jesús al ver que sus acólitos retiraban a los pequeños que se acercaban a Él, los detuvo, con un gesto, estirando el brazo, diciéndoles: dejad que los niños se acerquen a mí por que de ellos es el reino de los cielos. ¡Qué mejor triunfo para el Malvado que destruir la inocencia!
Y bajando Él a la Tierra le salió al encuentro un hombre de la ciudad poseído de los demonios... muchas veces se apoderaba de él (el espíritu maligno) y lo ataban con cadenas y le sujetaban con grilletes, pero rompía las ligaduras ... preguntole Jesús: ¿Cuál es tu nombre? Contestó él: mi nombre es Legión, porque somos muchos... LUCAS VIII, 27-30.
Los evangelistas hablan muy frecuentemente del diablo y no lo hacen ciertamente en sentido simbólico... se trata de una potencia concreta y no evidentemente de una abstracción. El diablo, dijo Joseph Ratzinger cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es una realidad poderosa, una maléfica libertad sobrehumana opuesta a la de Dios... a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciado en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el final.
En fin, tengo la premonición de que aún veremos duras batallas en que la Iglesia se verá perseguida, como ahora, en una disputa que evocara el Paraíso Perdido, de John Milton.