La semana próxima pasada se fue al cielo un amigo muy querido por el viejo filósofo, la tristeza invadió mi alma; era un hombre bueno, servicial, sembrador de amigos que se encontraba en la plenitud de la vida, lleno de sueños e ilusiones.
En una cacofonía interior la primera pregunta que me hice fue: ¿Por qué se va la gente buena antes de tiempo?, ¿Antes de tiempo? me pregunté y me respondí diciéndome: recuerda que nadie llega al regazo del Señor ni antes ni después, sólo a tiempo, porque el tiempo de Dios es perfecto.
Su inesperada partida me lleva a la reflexión de asentir la muerte, -por más dolorosa e inesperada que sea- como parte de la vida misma, su aceptación forma parte de mi transformación vital; es decir, crecer espiritualmente aprendiendo a transformar el dolor de la partida en la alegría de la llegada a la rendición de cuentas al hogar paterno, ejercitarme a valorar que formo parte del milagro de la vida y así, a vivir cada instante a plenitud, tanto las alegrías como los sinsabores y tomar de cada una las lecciones que el universo me provee.
Nada en esta vida llega por casualidad, todo tiene un porqué, cuando somos capaces de entender los mensajes que el universo nos provee, aprendemos a transformar las emociones de dolor en lecciones, para no terminar nuestra vida llenos de odio, ira o resentimiento.
Si no somos capaces de transformar el desasosiego y sufrimiento que genera el dolor, debilitamos nuestro sistema inmunológico e impactamos negativamente en nuestro régimen hormonal y con ello, en nuestra fisiología.
Cuando en un ambiente de amor, perdón, autoaceptación y humildad somos capaces de transformar las emociones negativas y de dolor, logramos convertirlas en un torrente sanador que limpia y barre nuestro sistema límbico, donde las emociones se transforman en pensamientos que cambian y renuevan positiva o negativamente nuestra vida.
La comprensión que tenemos de la vida es muy limitada, como para que seamos capaces de juzgar los acontecimientos; siempre encontraremos razones para acumular resentimientos, para agobiarnos en el dolor y con ellos llegar a la depresión; tener la capacidad de ejercer el don sanador del perdón nunca será tarea fácil.
Shakespeare afirmaba con una sabiduría infinita: "El perdón es dos veces bendito; bendice al que lo da y al que lo recibe", ¿Qué acaso en la oración que de niños nos enseñaron, no decimos?: "perdona nuestros pecados como nosotros perdonamos a los que nos ofenden".
El perdón conjuntamente con el amor, son dos fuerzas del cielo que más nos armonizan con el universo. Perdonar nos da una calma interior y "es el mecanismo más eficiente para que el alma sane de las heridas, para que nuestro espíritu brille".
Cuando un hecho o una persona nos ofenden y somos incapaces de transformar el odio y el resentimiento causados por el agravio, cargamos nuestra alma de dolor suficiente para impedirle que levante vuelo.
Cuando somos capaces -en plena humildad- de perdonar, reforzamos el puente por el que algún día habremos de pasar, porque todos requerimos alguna vez ser perdonados. Cuando utilicemos la magia de vida que el perdón produce, atraeremos miles de bendiciones a nosotros y nos armonizaremos con el universo.
Perdonar es soltar lastre, es ser espiritualmente mayor, liberándonos de cargas innecesarias; es librarnos de resentimientos y odios que impiden que desarrollemos a plenitud el potencial que el universo tiene para nosotros.
"Perdonar es una expresión de amor, una manifestación de sanidad de las ataduras que amargan el alma y enferman el cuerpo", es disponernos a disfrutar al máximo la esencia de nuestro ser, es potencializar nuestras emociones positivas, es evitar el sufrimiento y aprender a vivir en el hoy.
Cuando desde el fondo del alma seamos capaces de perdonar, nos sorprenderá el milagro de la armonía y de la paz interior que reinará en nuestra vida.
Nuestra calidad de vida depende en gran medida del perdón o del resentimiento con el que vivamos, ambos anidan en lo más profundo de nuestra alma, tienen una relación íntima con los pensamientos positivos o negativos, hacen que fluya o se estanque la energía vital y entonces, llegan por añadidura la enfermedad o la salud.