En esta ocasión les contaré de mi encuentro con John Donne, inglés que nació en 1572 y no debió morir, pero al fin ser humano, sujeto a las leyes que rigen a los seres biológicos, falleció en el año de 1631. Su obra es notable, tanto por el realismo que le imprime una mente privilegiada, como por la aplicación de su genio creativo en elegías, que son composiciones poéticas de género lírico en que se lamenta la muerte de una persona u otro acontecimiento digno de ser llorado, que generalmente se escribe en verso libre. Padeció, dicen sus biógrafos, de la pesadumbre de perder su libertad, siendo preso al enterarse el padre de su esposa que no habían requerido de su consentimiento para contraer matrimonio. Las nupcias se habían celebrado en secreto con la ayuda de dos amigos a los que habiendo participado, uno había oficiado la ceremonia y el otro había actuado como testigo, los incluyó la denuncia presentada por su padre político. He de señalar que una vez que salió de prisión, reconciliado con su suegro, después de pasar muchas dificultades económicas recibió la dote de su esposa. Luego, por deseo del rey, se convirtió en sacerdote anglicano.
En su poema ¿Por Quién Doblan las Campanas?, de una belleza inconmensurable, nos describe un universo en que todas las cosas vivientes están relacionadas de tal manera que la ausencia de cualquiera tiene consecuencias para los demás. Estamos acostumbrándonos a ver caer en una espiral de violencia a jóvenes que ya no tendrán mañana por que la guadaña está pronta a segarles la vida, sin que nos demos cuenta de en qué momento hemos perdido la capacidad de asombro. Sólo cruces se miran en este frío y desamparado páramo. No nos detenemos a averiguar qué es lo que ha sucedido con aquel halagüeño pasado en que privaban la dulzura y la suavidad. Nos hemos convertido en poco menos que una zarza seca, cuyo tallo quiebra el viento, llevándola sin rumbo por la estepa sin posibilidad de arrodillarnos porque hace un buen rato que caímos de hinojos reverenciando nuestros miedos. Somos yesca fácil de consumir en las llamas ardientes del desgano y la laxitud.
John Donne, vive entre el feudalismo y el renacimiento, por lo que su estilo absorbe de las dos épocas. A la era feudal en que se dio la conversión de los oficios temporales en hereditarios, el propietario débil cedía al señor el derecho eminente sobre sus tierras para que lo protegiera, llegándose así al vasallaje en que el individuo, junto a su tierra, quedaba personalmente vinculado a su inmediato superior, dentro de la típica jerarquía feudal, obligándose a servidumbres de diferente especie. El renacimiento trajo el retorno al estudio de la literatura, arte y filosofía de la antigüedad clásica, griega y romana. Arrastró a la creación de la burguesía, entre otras causas, base del nuevo orden destinado a suplantar el régimen feudal o señorial que se había iniciado en el siglo V de la era vulgar. No hay una fecha, pero se puede decir que la época feudal tiende a su fin en los estertores del siglo XV con el despertar en Occidente.
Pero, hagamos un alto para escuchar al poeta inglés, John Donne:
¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida.
Como si se tratara de un promontorio, o de la casa solariega de uno de tus amigos o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la humanidad.
Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
