Los priistas se están muriendo de nervios. Como pocas veces han perdido el estilo, la compostura, la serenidad que durante este sexenio los ha guiado del tercero al primer lugar entre los partidos políticos más votados del país. Y todo, porque el líder nacional del PAN César Nava y el debilitado dirigente del PRD Jesús Ortega están negociando una posible alianza.
Los priistas, que tras la victoria de 2009 comenzaron a mostrar sus fisuras porque empezaron a pensar en la sucesión presidencial de 2012, están de nuevo unidos porque la alianza puede poner en riesgo algunos de sus bastiones:
Enrique Peña Nieto sabe que si el próximo año no deja en manos de un gobernador priista su Estado de México se puede ir despidiendo de la aspiración presidencial. Unidos, PAN y PRD mexiquenses constituyen una amenaza al "gallo" mejor posicionado.
Beatriz Paredes sabe que si pierde Oaxaca porque se juntan los votos panistas y perredistas se le está escapando un bastión que, controlado por Ulises Ruiz, garantiza una reserva de votos fundamental para sus aspiraciones.
Manlio Fabio Beltrones necesita aliados locales para vencer en cualquier escenario, y que el PRI pierda gubernaturas le será siempre una mala noticia.
Fidel Herrera está en el mismo caso que Peña: con qué cara presentarse a una preelección presidencial si no es capaz de que su candidato, con todas las ventajas que representa manejar el presupuesto estatal, se quede con la gubernatura.
Por eso se exhiben calificando hasta de engendro antinatural cualquier pacto posible entre PAN y PRD. Pero en realidad, esos calificativos le caben a todos los partidos, de entrada, al mismo PRI que a lo largo de las décadas ha demostrado no tener ideología sino intereses: el PRI puede subir el IVA en 1995 y negarse a hacerlo seis años después, proponer una reforma energética privatizadora con Zedillo y rechazarla con Calderón, criminalizar el aborto en 17 estados y apoyar las bodas gay en el DF, plantear la reelección desde la tribuna en la Ciudad de México y rechazarla en los municipios de la zona conurbada.
Al llamarle engendro a la alianza PRD-PAN, el PRI se da un balazo en el pie, pues por el engendro corre su propia sangre: en Durango la coalición pretende al expriista José Rosas Aispuro, en Veracruz se apunta el expriista Dante Delgado, en Puebla suena el expriista Rafael Moreno Valle priista hasta 2006, en Hidalgo puede incluso ser el expriista José Guadarrama y en Oaxaca llevará la coalición a Gabino Cué (a quien no se entiende, ni en el presente, sin la guía de Diódoro Carrasco, ex priista, ahora panista).
Y sí, los engendros son de todos los colores y tamaños, pero siempre ha sido así, es el juego de la política mexicana.