Comentábamos el domingo pasado que el descenso en la popularidad del presidente norteamericano Barack Obama tiene que ver, en parte, con la decepción del culto público gringo, que esperaba más, mucho más, del morenazo. Después de todo, siendo miembro de una minoría étnica, su Presidencia sería histórica, muchas cosas cambiarían y se desfacerían numerosos entuertos, ¿o no?
Pues no. Por lo general las cosas no funcionan así. Pero la gente tiene nociones diferentes y cree que la sola aparición de un personaje carismático será capaz de alterar notablemente todo tipo de situaciones. Cuando éste es incapaz de satisfacer las expectativas levantadas, viene la decepción y las protestas por la falta de cumplimiento de promesas... que en ocasiones ni siquiera habían sido hechas explícitamente.
Mencionábamos también que en buena medida ese fue el caso de Francisco I. Madero, que en unos cuantos meses de 1909-1910 cambió la perspectiva que los mexicanos tenían sobre la política y los políticos. Ante la cerrazón del régimen porfirista, ya esclerótico para esas fechas, Madero hizo un par de cosas que nadie había hecho: desafiar abiertamente a Díaz, lanzando su candidatura presidencial; y realizar campaña a nivel nacional, aprovechando la red ferroviaria construida a lo largo de los 30 años previos (nadie sabe para quién trabaja). Madero hizo llegar su mensaje (recuerden, no había radio ni televisión) en vivo y a todo color en regiones en donde no se había parado nunca ni el gobernador del estado, ya no digamos un candidato presidencial. La gente empezó a creerle, empezó a creer. Como decía una canción (¿Cívica? ¿Patriotera? ¿Didáctica?) que cantábamos en primaria hace 40 años: "Madero, gran orador/ fue generoso y humano/ conmovió a las multitudes/ con sus sinceras palabras".
(Sí, en aquellos tiempos había composiciones corales para prácticamente cualquier efeméride, héroe que-nos-dio-patria o suceso de actualidad. Sospecho que algunas eran fruto de la inspiración de nuestro maestro de canto, en vista de la enjundia y pasión que le ponía a que aquella pandilla de verracos prepúberes no desentonara al cantar: "México es la sede/ de Juegos Olímpicos/ y en sus canchas tiene/ presentes a sus hijos". Algo tendrían esas piezas que las recuerdo décadas después... y en cambio ya olvidé el narcocorrido que estaba de moda la semana pasada).
El caso es que la popularidad de Madero siguió el curso de la proverbial bola de nieve. Tanto, que Díaz se alarmó y cometió dos torpezas: mandarlo encarcelar por motivos absurdos (lo que puso de relieve que un hombre de ochenta años, héroe de mil batallas, le temía a la campaña del chaparrito); y falsear los datos del colegio electoral de manera tal que el fraude resultaba más evidente que un elefante sentado en la sala fumando puro. Ello le dio la oportunidad a Madero de reclamar lo ilegal de los comicios (lo que era cierto) y que había ganado la Presidencia (lo que nunca vamos a saber si era cierto).
Ante las circunstancias, Madero tenía dos opciones: la primera, continuar con la lucha civilista, picando piedra durante los siguientes años esperando a que Díaz pasara a mejor vida y cambiaran "las condiciones objetivas" (como dicen los marxistas, si es que queda alguno), creando al mismo tiempo organizaciones democráticas (y democratizadoras) que permitieran una evolución positiva de la vida pública mexicana; y la segunda, convocar al pueblo de México a tomar las armas para lavar aquélla y otras infamias, de las que terminó dando puntual listado en el Plan de San Luis. A fin de cuentas traicionó sus convicciones cívicas apelando a la violencia, soltó al tigre nunca domado llamado México y terminó siendo devorado por él, lo mismo que un millón de mexicanos y la infraestructura del país.
El éxito de la Revolución Maderista (noviembre de 1910 a mayo de 1911) se debió a que concitó las voluntades de gente muy distinta y con mus diversos objetivos: Zapata clamaba por la restitución de las tierras de que habían sido despojados los indígenas de Morelos; Orozco quería romper la estructura económica oligopólica en Chihuahua; Obregón, que se le abrieran perspectivas al hijo desobediente (y abandonado) del Porfiriato, la clase media urbana; quizá hubo uno que otro que pegó de balazos porque a Madero le habían robado la elección.
El régimen de Díaz se vio incapacitado para enfrentar una rebelión que, por primera vez en dos generaciones, era popular y de alcances nacionales. Pactó su salida del poder y del país, y se retiró a languidecer los últimos cuatro años de su vida en París. Ahí descansan sus restos, lejos del país que construyó y defendió con las armas... y vilipendiado por quienes no han hecho otra cosa que frenar su desarrollo, corromperlo hasta el tuétano y saquearlo hasta el hastío.
Díaz fue sustituido, de acuerdo a la Constitución, por Francisco León de la Barra, quien se limitó a posar muy elegante para las fotos y convocar a nuevas elecciones presidenciales que Madero ganó de calle. A principios de noviembre de 1911, don Panchito entraba a Palacio Nacional.
Y claro, las muy diversas y heterogéneas fuerzas que había puesto en marcha clamaron por ser atendidas. De inmediato. A la voz de "¡Ya!" Luego de 30 años de gobierno patriarcal y de mano dura, se les hizo mucho esperar 30 meses o 30 semanas para que Madero empezara a cambiar lo cambiable. Vaya, Zapata no esperó ni 30 días: el Plan de Ayala, con el que desconoce a Madero por no cumplir sus promesas, aparece ¡22 días después de que éste toma posesión! Los zapatistas fueron a la guerra contra el primer presidente democráticamente electo del Siglo XX porque sus demandas no habían sido cumplidas al día siguiente. Y claro, el mentado Plan de Ayala es visto por la cultura oficial como algo encomiable. Y luego se extrañan de que la cultura democrática no avance en este país: siempre estamos alabando a rebeldes y revoltosos de toda laya, que con frecuencia tienen como único mérito el haber matado a otros mexicanos. A muchos otros mexicanos.
A fin de cuentas, esa ventana de oportunidad que tuvo México para evolucionar democráticamente desde principios del siglo XX, se cerró violentamente con el cuartelazo de febrero de 1913 y el asesinato de don Pancho. Siguió la orgía de muerte y destrucción llamada Revolución Mexicana y 71 años retrógrados del PRI. Esa tragedia se debió en parte a que de Madero se esperaba mucho y rápido: tales eran las expectativas que se había hecho mucha gente... no entendiendo que entonces, como ahora, cambiar este país ("Sacarlo adelante" según expresión popular) llevará, si bien nos va, una generación. Mínimo 20 años. Después de todo, durante los últimos 25 México ha sido conducido por la misma casta política (tricolor, blanquiazul o amarilla), histórica e impresionantemente inepta: la que Federico Reyes Heroles llama "la Generación del NO", la que Ciro Gómez Leyva tilda de "la Generación del Fracaso". Deshacer las inercias de esa pandilla de vivales inútiles, ciegos y sordos, nos va a llevar décadas. Y debemos empezar ya.
Consejo no pedido para ser un mago del tragamonedas: vea el documental "Viaje sorprendente: la historia de The Who" (Amazing journey: the story of The Who, 2007), por si no tiene idea de quiénes son los ancianos geniales que tocarán hoy en el Super Bowl. Provecho.
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