Todos los presidentes de la República Mexicana han enfrentado un cúmulo de diversos problemas externos, cuya médula genética fue la desaforada ambición de otros países sobre las riquezas naturales de nuestra patria. Al interior del país existieron, también, e igual subsisten otra clase de problemas: algunos de los cuales fueron y son de carácter endémico.
Hoy han venido a constituir, en el escaparate de una vieja realidad esencialmente injusta, una amenaza para la tranquilidad del país. Esta es una realidad que no ignora la academia, tampoco los medios de comunicación social, y mucho menos quienes son parte de las clases sociales y económicas muy acomodadas y de la alta y media burocracia del Gobierno de la República.
Los ciudadanos sabemos que los históricos problemas de injusticia e inconformidad social y económica se agudizan al paso del tiempo, luego crecen y se multiplican en los sitios habitados por las clases igualmente marginadas, que no ocultan sus inconformidades ante las injusticias sociales y políticas; por otra parte también aparecen en las regiones más abandonadas del país, donde luchan por subsistir las diversas razas aborígenes de México.
Cada vez que el Gobierno realiza un censo de población, lo cual aquí sucede cada diez años, resultan estremecedores sus patéticos resultados que destacan en rojo vivo nuestra cruda realidad, así como la invalidez económica de los millones de familias desamparadas. Desde las que carecen de un salario periódico, seguro y estable, hasta las que logran sobrevivir con ínfimos ingresos, obviamente preocupantes.
Simple, como es la naturaleza del problema, deberían ser sus soluciones; pero en México las propuestas son finalmente complejas, enredadas, gravísimas y onerosas. El hambre y la necesidad no serían difíciles de satisfacer si no se juzgaran con irresponsabilidad al primer golpe de vista; pero ya cuando el poder político las "estudia" se han agravado todas sus consecuencias y entonces abortan los proyectos de solución, aunque ya el desarrollo demográfico y sus demandas hayan superado por mucho al lento desarrollo económico del país. La problemática social se torna mayúscula, al grado que cualquier nueva propuesta del Gobierno Federal para resolverla acaba por ser inabordable y se convierte en demagogia.
Los perfiles más agudos y sensibles de la extrema necesidad económica son la desigualdad social, la depauperante inactividad laboral y la desesperante miseria; todas tienen un rápido impacto en el decremento en los indicadores económicos.
También resulta duro constatar que para cuando surgen algunos índices positivos, éstos resultan ser mucho menores que el crecimiento de la miseria extrema. Por ello ha sido que los últimos jefes del Estado mexicano, apenas se han atrevido a propuestas leves, planteadas con la retórica de pinza corta, roma e inocua.
Que nosotros sepamos, las llamadas de alerta de las organizaciones sociales, las varias encuestas sobre la economía del país y los ácidos comentarios de la iniciativa privada, más la ácida visión de los intelectos que lideran a la opinión pública, sólo han merecido de los últimos mandatarios nacionales algunos comentarios aleves, de aparente preocupación: ninguno ha osado plantear un serio proyecto de redención popular -salvo el siempre peripuesto recurso retórico-para rescatar del hambre, de la ignorancia y de la enfermedad a tantos pobres y miserables mexicanos que hoy sobreviven por su propio esfuerzo frente al desempleo, el imperceptible salario mínimo, la agresión de la inflación económica y la continua exacción fiscal generada por las diversas vías que concibe la tecnocracia de la Secretaría de Hacienda, y tantos otros recursos que sólo vienen a ser discursos.
Los observadores sociales afirman que los programas nacionales de lucha contra la pobreza se han visto reducidos por el costo de la alta y mediana burocracia que distribuye la caridad pública. Dichos dineros bajan de lo más alto, pero son pocos los que llegan a lo más bajo. Así estuvimos antes, así estamos ahora y así estaremos por los siglos de los siglos...