En 2011 los partidos políticos mexicanos tienen que responder a un reto que les es vital e inaplazable: diseñar y presentar, de acuerdo con su propia perspectiva, un plan de desarrollo socioeconómico simple, claro y entendible que inspire a una acción colectiva para cumplirlo. Sus propuestas serán las verdaderas opciones electorales del 2012.
El programa que cada partido delinee contendría metas posibles, no engañosas promesas de campaña, que realicen el gran potencial de nuestros recursos naturales y humanos. Los programas tienen que ser ambiciosos. El laxo crecimiento de México es el resultado natural de la complacencia con que todos aceptamos ser incapaces para dar el gran salto delante que requiere aumentar el Producto Nacional Bruto a un ritmo de siquiera 7% anual.
Nuestra clase media está creciendo según nos lo informan las publicaciones más recientes, pero no estamos corrigiendo la creciente desigualdad socioeconómica que es bastante mayor que la que se da en los países del sub sahara africano. Más grave, empero, es la inconciencia consumerista con que esa clase media sólo se afana por mejorarse en lo personal y deja al Gobierno la imposible tarea de elevar, mediante programas asistenciales, el nivel de vida de las clases populares que el aumento en el PNB macroeconómico no incluye. Mientras suben los sueldos de los privilegiados, baja el poder de compra de los pobres. El tema es una de las explicaciones de nuestro estancamiento. La inacción frente a los problemas nacionales se debe a que éstos en realidad no llegan a las clases más favorecidas y educadas.
No solamente es un sector de la población. Por una razón u otra, México vive místicamente confiado en que todo acaba por resolverse. El saldo es el actual impasse que atranca la capacidad para emprender grandes proyectos nacionales de cualquier tipo. El estancamiento de la voluntad colectiva se manifiesta en trabazón legislativa, en negligencias de funcionarios de todo nivel, en un desánimo generalizado frente al futuro. El costo es terrible en términos de problemas que se enquistan y se agravan para aparecer en nuestros tiempos como el desmoronamiento social que se cobra en diarios dramas internos de corrupción e inseguridad. En lo internacional los índices económicos y sociales nos colocan en rangos que bajan.
Estudios presentados en el Foro 2010 de los Mercados Emergentes celebrado hace días en Warrenton, Estados Unidos, como el de Harinder S. Kohli, o el de Claudio Loser y Anil Sood nos hablan de que el retraso no es exclusivamente mexicano. América Latina ha venido rezagándose constantemente respecto de otras regiones, como el Asia oriental, y su participación ha caído en los intercambios mundiales, ha venido disminuyendo su capacidad de crecimiento.
La anemia en América Latina se debe a la falta de propósitos definidos. Queremos creer que el desarrollo depende de reformas legales o estructurales y que si éstas se dan el progreso fluye como segura consecuencia, en automático.
En los países emergentes exitosos la convicción es al revés. Allí los programas van primero, con sus planes y sus metas. Una vez convenidos, se ajusta lo legal para que no haya trabas. Fijado el gran rumbo nacional en una visión de conjunto, se desarrolla lo necesario: educación, capacitación, creación y apoyo efectivo a actividades consideradas estratégicas, participación en mercados internacionales para sostener el crecimiento autónomo, defensa del interés nacional en asuntos mundiales, et caetera.
En América Latina, dicen los investigadores mencionados, perdemos tiempo discutiendo instituciones y facultades, maneras de gobierno, estado de la gobernanza, y temas que poco tienen que ver con un metódico plan de acción y menos aún con mejorar la vida cotidiana de las mayorías. Los mecanismos macroeconómicos podrán operar a la perfección, pero no pueden señalar dirección.
En México, los partidos políticos se pierden en debates que impiden acuerdos. Ninguno ha ofrecido un plan integral, comprensivo y entendible. La ciudadanía siente que la nación está sin rumbo. Cunde el desaliento que se refugia en la respuesta individual, nunca comunitaria.
Más que nunca, en vísperas de las cruciales elecciones en puerta, la tarea más importante de los partidos políticos mexicanos es pulsar y estudiar la coyuntura nacional en términos de mediano y largo plazo para luego definir el rumbo nacional que propongan a un electorado ávido de saber a dónde vamos todos.