El sabio y el aprendiz
“¡Ay, no sé qué es lo que tanto me perturba! -le dice el aprendiz al sabio-, pero me lastima el corazón ver derrumbados tantos nobles sentimientos, que ya no tengo de ellos más que el recuerdo”.
“Te pasa lo que casi a todos los que alimentaban nobles sentimientos y los dejaron morir poco a poco -contestó el sabio. Múltiples actividades diarias los distrajeron y los fueron alejando de sus bellos sentimientos y propósitos. Sin razón alguna -siguió hablando- tu corazón permitió que una gran cantidad de dudas e inquietudes ahí anidaran, minando tu confianza y tu valentía. Al ir perdiendo la confianza y el valor, tu mente ya sólo se imaginaba fracasos y tú sufrías en silencio: tus nobles sentimientos los desgarrabas y los ibas tirando a tu paso”.
“¿Pero qué me sucedió, si mis propósitos eran claros y sentía fuerzas para realizarlos?”, preguntó el aprendiz. “La respuesta es simple -contestó el sabio. Al dedicarte a cosas triviales y sin importancia, al dejarte arrastrar por el mundanal ruido, fuiste perdiendo la confianza en tus bellísimos proyectos. La desconfianza te convirtió en un paralítico, y las fuerzas de tus sueños y proyectos ya no pudieron funcionar”.
“¿Y estaré a tiempo de remediar mis males?”, preguntó el aprendiz a su amigo. “Todo depende de que sujetes tu catastrófica imaginación y que te des plenamente cuenta de que te espantas no por dificultades reales, que tiemblas por sucesos que no te afectan y que te entristeces y lloras por personas, cosas y condiciones que no has perdido. ¡No te invito a que dejes de ser compasivo!, pero sí te incito a que abandones tu enfermiza creencia de que tú eres ‘el depositario del dolor’. ¡Vuelve a tus nobles sentimientos y a tus bellos propósitos, ya no te distraigas con las baratijas de la vida cotidiana, concéntrate en lo tuyo y actúa con una decisión inquebrantable!”, le dijo el sabio a su amigo.
“Muchas, muchas gracias -dijo el aprendiz; me has dado los remedios para sacar a mi alma de tinieblas que yo mismo me he imaginado. En adelante dejaré de temblar por lo que no me afecta y no lloraré por lo que no he perdido. ¡Me sentía como un gusano, y un vil gusano jamás puede aspirar a lo bello y a lo sublime!”.
“¡Excelente! -contestó el sabio; recuerda que casi todos desean lograr grandes cosas, pero pasan de largo por las puertas de las dificultades, con la vana esperanza de encontrar alguna puerta abierta. ¡Tú cambiarás de actitud y de conducta! No pasarás de largo por las puertas de las dificultades, sino que a base de lances de osadía abrirás cada una de esas puertas y mostrarás ejemplarmente tu valentía y tu confianza. ¡Dejarás de construirte tus propios infiernos, característicos de almas cobardes y de fantasías afiebradas. ¡Dejarás de actuar como un gusano encogido y te lanzarás de lleno al divino reino de la pura actividad! Harás a un lado tu ánimo paralítico y desplegarás, como un cóndor hace con sus alas, tu atrevimiento y confianza. Tus infiernos ya no vomitarán llamaradas de espantos, tormentos y tristezas. Un nuevo volcán nacerá en tu alma, que sólo exhalará nobles propósitos, decisiones firmísimas y actividades creadoras sin fin”, le dijo el sabio a su amigo.
Critilo quedó admirado por este riquísimo diálogo entre el sabio y el aprendiz. Y nos dice una de las cuestiones más importantes para nuestra vida, de la que no tenemos conciencia: del desgarrador y tristísimo hecho de la cantidad de nobles y bellos propósitos que destruimos por nuestra falta de confianza y de atrevimiento.
Critilo es consciente de que somos nosotros los que dejamos morir a nuestros bellos proyectos, sin darnos cuenta de que podríamos salvarlos y realizarlos plenamente, si con osadía nos lanzáramos a la acción. Y si de una vez por todas dejamos de sufrir sólo por nuestra loca imaginación, y si dejamos de llorar por lo que no hemos perdido.