Ganadora del Premio Alfaguara hace algunos años, la novela Abril Rojo, de Santiago Roncagliolo, narra una historia llena de hechos crudos, repulsivos, ocurridos en una zona peruana durante las festividades de Semana Santa. En la cuarta de forros el propio autor dice: "Siempre quise escribir un thriller, es decir, un policial sangriento con asesinos en serie y crímenes monstruosos. Y encontré los elementos necesarios en la historia de mi país: una zona de guerra, una celebración de muerte como la semana santa, una ciudad poblada de fantasmas. (...) Siempre quise escribir una novela sobre lo que ocurre cuando la muerte se convierte en la única forma de vida. Y aquí está".
La novela está muy bien armada. El autor sabe generar tensión para llevar al lector al siguiente capítulo. La muerte, la violencia y la corrupción están allí; también el terrorismo, el fraude electoral, la intolerancia del gobierno, la intolerancia de los civiles entre sí.
Santiago Roncagliolo es el autor más joven que ha obtenido el premio Alfaguara. Nacido en Lima, en 1975, ha publicado además las novelas Pudor y El príncipe de los caimanes. Abril Rojo narra hechos imaginarios que bien pudieron ocurrir en la provincia peruana. Hay muchos elementos verídicos que apuntalan la historia en la realidad: los procedimientos de la guerrilla o del ejército, el comportamiento de los indígenas y su distanciamiento respecto a otras culturas, los laberintos burocráticos en los que viven envueltos los habitantes de aquel país. La novela comienza en la cuaresma, justo el 8 de marzo. Miércoles de ceniza. Y en forma de cenizas aparece la muerte: un cadáver carbonizado, con trazas de tortura, es descubierto oculto en un pajar.
La investigación le corresponde a Félix Chacaltana Saldívar, un fiscal distrital adjunto con un férreo sentido del deber. Chacaltana ha sido trasladado de Lima a Ayacucho y es un tipo ingenuo, bien intencionado, que sueña con el progreso de Ayacucho y del país en general. Pero muy pronto comienza a ver cómo la aplicación de la ley no es siempre la meta de las autoridades de la provincia peruana. Por supuesto, tampoco es la meta de las decisiones que se toman en Lima, la capital. Las relaciones de poder descansan en otros cimientos, persiguen otras metas.
La novela se va desarrollando un poco bajo la forma que aconsejaba Hemingway: hay que poner un punto y seguido cada vez que se pueda. De este modo Roncagliolo obtiene un estilo claro, sin adornos excesivos, que por momentos cojea en el intento de generar la sordidez y la oscuridad habituales en el género negro.
Es cierto que las novelas ya no se escriben para incluir moralejas, al estilo de las fábulas de otros tiempos. Pero si alguna conclusión final puede obtenerse de Abril Rojo es que la corrupción y la ineficiencia son como hongos que deben eliminarse apenas brotan, pues de otro modo es casi imposible erradicarlos. Prevenir y educar pueden ser mejores antídotos que la cárcel y el castigo. Por buenas que sean las intenciones del Fiscal Chacaltana, nada puede hacerse para remediar un entorno de violencia si no existe la cooperación de todos.
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