En la época remota en que iba a la primaria, el mundo estaba dividido, según mi maestra, en dos bandos: los buenos y los malos; norteamericanos y soviéticos.
La ventaja era que los norteamericanos eran nuestros vecinos, y los soviéticos estaban muy lejos. Con un comentario certero antes del recreo, la maestra terminó de ubicarnos en el mundo: "De todos modos, si los rusos quieren, con apretar un botón revientan el planeta".
Aquella mañana no pude sacudirme la idea de que el mundo podía rostizarse en cualquier momento. La afirmación sembró en mí el temor a las bombas nucleares, además de una desconfianza prematura hacia los rusos que muchos años después sabría injustificada.
Hace unos días, fue detenido un nigeriano de 23 años que detonó un artículo de pirotecnia en el interior del vuelo 253 de Northwest Airlines. Un terrorista, se dijo, que formaba parte de un ataque bien planeado por radicales islámicos, que casi logran su cometido debido a una "falla sistémica" en la inteligencia de EU.
El diccionario define terrorismo como "la dominación por el terror, o la sujeción por medio de actos de violencia que infunden temor".
Vivimos convencidos de que nos rodean las amenazas luego de que el mundo se conmocionó con los ataques del 11 de septiembre de 2001. En este nuevo escenario, el gobierno norteamericano ha asumido el papel de Policía del mundo y protector de la paz.
Los bandos que conocí de pequeño ya no son los mismos, porque tras la Perestroika los norteamericanos nos convencieron de que los rusos nunca habían sido malos. Pero es evidente que la dinámica mundial nos sumerge en un clima de terror que impregna a todas las generaciones. Parece que la pieza clave de la estrategia norteamericana no son sus flotillas de aviones, ni la carga mortal de sus misiles, ni siquiera sus comandos entrenados: es el manejo de la información.
A pesar de ello, las jugueterías están repletas de reproducciones plásticas de armas reales o imaginarias, los videojuegos y las películas corren a cientos de balazos por minuto.
Más tarde, el gobierno suele considerar como un ejército potencial a los miles de jóvenes que cumplen la mayoría de edad. No justifico al nigeriano que quiso volar el avión, ni a los grupos radicales. La violencia no es el camino.
Pero también han ocurrido otro tipo de fallas sistémicas: a veces la presión revienta a un joven norteamericano que desequilibrado dispara contra sus compatriotas. El gobierno, consternado, soluciona las cosas a su manera: pide la pena de muerte.