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EL SÍNDROME DE ESQUILO

CADA VEZ MÁS PREGUNTAS

VICENTE ALFONSO

Hoy que el mundo se pregunta cómo se metió en una violenta turbulencia financiera y económica, hoy que el desempleo mundial alcanza niveles históricos, hoy que el miedo se ha convertido en nuestra sombra, conviene recordar una novela: Conversación en la Catedral. ¿Por qué? Porque sin saberlo, cada vez somos más quienes repetimos las preguntas que Santiago Zavala se hace sentado en una mesa del bar La Catedral. La interrogante con que comienza la novela nos suena conocida: "¿Dónde se jodió la cosa?".

Me he acordado de esta novela porque ayer, en el centro de la Ciudad de México, se inauguró la exposición "Mario Vargas Llosa", sobre la vida y obra del autor peruano. Creo que es de lo más oportuna. Bebiendo unas cervezas con el negro Ambrosio, el antiguo chofer de su padre, el periodista treintañero trata de reconstruir los momentos decisivos de su vida en busca del error que lo ha llevado a ser un tipo mediocre y sin ambiciones.

Así, en una charla que salta de los amores frustrados a la corrupción política pasando por la aridez de los sueños revolucionarios, el asesinato y los conflictos familiares, Santiago expone al lector una historia en la que nadie se salva. En palabras del propio Zavalita, "el Perú entero se ha jodido en un proceso de descomposición irreversible".

Pareciera que Vargas Llosa pretende situar al lector en ese punto incierto que habitamos quienes rebasamos apenas los treinta años: Santiago Zavala habita ese territorio de la desilusión en que somos demasiado viejos para ser jóvenes y demasiado jóvenes para ser viejos. Para ello se vale de la forma y de las posibilidades de la palabra.

Conversación en La Catedral está concebida como un entramado fino de dos o más situaciones paralelas: el tiempo nunca es garantía, el presente es futuro y el pasado está por llegar. Los personajes se encuentran y desencuentran sin puntos o paréntesis, sin espacios ni líneas conductoras, como suelen columpiarse los recuerdos en las neuronas.

Es notable que Santiago se dedique a escribir editoriales, pues más que ofrecer respuestas, parece dedicado a lanzar preguntas. En su interrogatorio, no obstante, se materializa el desencanto: ¿cuándo ocurrió esto? ¿en qué momento se perdió el futuro? ¿fue cuando optó por la educación pública en San Marcos y no por la universidad particular en La Católica? O tal vez cuando la ingenuidad lo llevó a conspirar en revoluciones de café, a creer en una emancipación imposible, en una sociedad más justa.

Armado de 734 cuartillas, 57 personajes y 28 capítulos, Vargas Llosa llega ante el lector para mostrar el debate interno que Santiago inicia a los treinta años, pero que bien puede extenderse hasta los 150. Para Santiago la vida ya ha terminado: trabaja en algo que no le satisface, necesita sobrevivir aunque no sabe para qué. No cree en Dios, ni cree en la revolución, ni sueña con la posibilidad de construir un mejor lugar. No tiene hijos y no quiere tenerlos. ¿Cómo explicarles después que el mundo no es un lugar agradable, que a veces no es siquiera un sitio soportable?

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