Desde ayer, Torreón cuenta con la visita del joven escritor Geney Beltrán Félix. Irremediable Géminis, vino, precisamente el día de su cumpleaños número 34, a presentar su libro de cuentos "Habla de lo que sabes", publicado por la editorial Jus. Se trata de una magnífica colección de relatos (hagan sus apuestas, señores, mi favorito es "Anoche soñé que volaba", pero los diez cuentos acusan oficio y entraña). Los comentarios corrieron a cargo de Daniel Maldonado y de Angélica López Gándara.
Este mes aparecerá en la revista literaria La Nave (cuyo consejo editorial encabeza el maestro Sergio Pitol, y que dirige Rodolfo Mendoza Rosendo) una reseña que hice acerca de otro de sus libros, titulado "El sueño no es un refugio sino un arma". En ese volumen de ensayos Beltrán nos recuerda que al contrario de lo que ocurre con el color y el sonido, el lenguaje no sólo no está en la naturaleza, sino que nos separa de ella. La literatura es esencialmente humana."La materia de toda narración estrictamente poderosa es lo humano, a secas" escribe. "Nadie escribe y nada se escribe desde el limbo, nadie toma la decisión de obedecer a la urgencia particular de la escritura si no es a partir del drástico descontento ante la experiencia vital. Y si se vive en un entorno de violencia, corrupción, mentira y cinismo, y si este panorama provoca en el escritor una desazón y rabia que rayan en la repugnancia, no hay menoscabo de lo artístico en plantear la literatura como una forma de acción posible, al menos en la forma de una crítica de esa realidad", afirma.
Tal es el punto de partida de "No narrarás" ensayo que apunta a echar por tierra uno de los paradigmas de la literatura actual: que necesariamente más nuevo significa mejor. La novedad no tiene por qué ser un dogma en nuestras letras, aunque hay que agregar que tampoco lo contrario es ley: una novela no será buena sólo porque está escrita con las herramientas literarias que se usaban en el siglo XIX. El error está en tomar como virtud o como defectos lo que en realidad son características.
Otro ensayo de este libro memorable es "La ciudad sin Racine", que expone con tono desenfadado y ágil las condiciones de lo que Geney llama "bastardía intelectual". Se trata de un mal que muchos hemos padecido. El autor relata cómo su hambre de lector tuvo que sortear los problemas de vivir en una ciudad del norte mexicano en donde los libros no son prioridad: "un grave problema radica en el hecho de que los temarios de las escuelas imponen una transmisión de datos concernientes a la literatura, no las herramientas cognoscitivas que permitan su aprehensión crítica y su disfrute intelectual. Datos, sólo datos: fechas, nombres y títulos...". Otra vez, nos dicen qué es importante, pero omiten decirnos por qué.
Difiero con algunas ideas entre las que Geney propone en su libro. Cuando comenta por ejemplo que hay escribidores capaces de redactar novelas que lo mismo hablan de ferrocarrileros que del Imperio de Maximiliano, sobre un dictador dominicano o un pintor francés, me parece que está confundiendo el tema con la anécdota. Pero tal como las fórmulas científicas suelen incluir su propia comprobación, El sueño no es un refugio sino un arma aboga por el derecho a equivocarse en un ensayo titulado "Derechos y contradicciones del crítico". Más que un disclaimer, ese ensayo me parece la clave bajo la cual el libro debe ser leído: "No creo que un crítico deba ser irrefutable para tener valía (...) Iluso sería creer que el crítico es esa figura con cuyas ideas habremos de estar de acuerdo en toda ocasión".
Tanto "Habla de lo que sabes" como "El sueño no es un refugio sino un arma" son libros excelentes: el primero narrado con precisión y víscera, el segundo lleno de reflexiones útiles no sólo para escritores, sino para creadores y lectores en general. Aunque esencialmente se trata de volúmenes literarios, en realidad son pocas las esferas de la vida que no pasan por las neuronas de este joven que combina con habilidad las labores del narrador, del ensayista y del editor.