Frente al estereotipo del detective de gabardina y lupa que satura las pantallas de los cines y los anaqueles de las librerías, hay autores que revelan la violencia como producto de los miedos, incertidumbres y debilidades de ciudadanos comunes y corrientes: Patricia Highsmith, Manuel Vázquez Montalbán, Andrea Camilleri, Vicente Leñero, Leonardo Sciascia...
En esta tendencia acabo de descubrir a una autora que forma parte de la corriente conocida como novela negra escandinava: Asa Larsson.
Aurora Boreal, la más reciente de sus novelas traducidas al español, deja claro que el entorno de un autor marca su literatura.
Para contarlo en dos plumazos, la novela narra cómo Rebecka Martinsson, especialista en derecho fiscal, se involucra en la investigación desatada tras la muerte de un hombre llamado Viktor, quien aparece severamente mutilado en un templo. Su búsqueda la llevará a hurgar en los secretos de una organización religiosa en su pueblo natal, Kiruna.
A esta historia se contrapone la de una policía sumamente embarazada llamada Anna-María, que avanza poco a poco en destrabar el nudo que implica el asesinato de Viktor.
Aurora Boreal nos permite entrever diferencias entre nuestra sociedad y la que describe: frente a una Suecia en la que priva el estado de derecho, no podemos sino pensar en un convulso México.
Frente a un relato donde los crímenes son excepción, pensamos en los crímenes que son nuestro día a día.
Perteneciente al fenómeno etiquetado como novela negra escandinava, la novela de Åsa Larsson aparece frente a nosotros como una fábula de legalidad que, por la atinada construcción de personajes, por su esmerada estructura y por su hábil manejo de los recursos para narrar, deja claro que la literatura policiaca puede ser considerada literatura a secas.
Larsson ha sido comparada con otro escritor sueco cuyas novelas policiacas han sido traducidas a treinta y tres idiomas y se han convertido en películas y series televisivas: Henning Mankell. A través de los ojos del inspector Kurt Wallander nos muestra que el mundo se ha convertido en un sitio inseguro: violencia, corrupción, drogas, racismo.
Las novelas de Mankell se leen de un tirón gracias al suspense que le imprime a las historias.
Kurt Wallander, el protagonista, es un policía que habita en la ciudad sueca de Ystad. Como oficial, Wallander se encarga de resolver crímenes y evitar delitos. Pero quedarse allí sería dibujar un títere de tinta.
Además de investigador, Wallander es un cuarentón divorciado que sueña con comprar un perro, que olvida ir a la lavandería, que sufre para pagar las composturas de su auto porque su sueldo es bajo. Además le preocupa el futuro y se siente impotente ante el avance del neoliberalismo. Es decir, piensa en las mismas cosas en las que pensamos los lectores.
Como en todas las novelas policíacas, en las historias de Larsson y de Mankell hay un enigma que se resuelve al final.
Pero no es sólo armar este rompecabezas lo que nos conduce hasta la última página.
Si algo hermana a Rebecka Martinsson (el personaje de Åsa Larsson) y inspector Kurt Wallander (el personaje de Mankell) es el modo como enfrentan los problemas en su vida privada: en el caótico mundo que habitamos, quiero pensar que ya no leemos novelas policiacas por morbo, lo hacemos quizá buscando una dosis de esperanza: si la hay para ellos, la habrá para nosotros.