Hay personajes que se han vuelto inmortales por su elocuencia. En algún momento de su vida pronunciaron frases que les sirvieron de pasaporte a la memoria colectiva: Juárez, por ejemplo, heredó al mundo la sentencia de que el respeto al derecho ajeno es la paz. Algunos incluso son recordados por palabras que jamás dijeron: es probable que Maquiavelo nunca argumentara que el fin justifica los medios, pero suelen resumirse en esta frase sus reflexiones políticas.
En México tenemos un caso único. Un protagonista del ajetreo cotidiano que sacó boleto en el tren de la historia, no precisamente por lo que dijo, sino por la forma en que trató de decirlo: Cantinflas. El personaje creado por Mario Moreno no es sólo conocido: es casi parte de la familia. Su presencia es tan notoria, que García Márquez lo menciona en sus libros y sirvió de ejemplo al mítico guerrillero "Che" Guevara, quien cultivaba el parecido con el actor mexicano. La maestría del cómico para torear los embistes cotidianos lo vuelve real, presente, tangible.
Mario Moreno nació el 12 de agosto de 1911. Fue hijo de don Pedro Moreno, un empleado postal y de doña Soledad Reyes, ama de casa. Tuvo 12 hermanos, situación que lo empujó a buscar empleos desde pequeño. Mario ejerció, en la vida real, casi tantos empleos como los que Cantinflas desarrolló en el cine: fue taxista. bolero, aprendiz de zapatero, cantante de tangos, bailarín y cartero. Incluso boxeó un tiempo bajo el sobrenombre de "El Chato" Moreno. Alternativamente, fue puliéndose en el oficio difícil de actor de carpas, aquellos teatros errantes que se instalaban en las colonias periféricas durante la primera mitad del siglo pasado, y que las generaciones más recientes conocemos sólo por las conversaciones de los abuelos. En esos ambientes, Mario, todavía sin conocer a Cantinflas, cantaba, bailaba, desarrollaba monólogos y parodias políticas por un sueldo de dos pesos la noche.
Fue en ese revoltijo de teatros y público, de oficios y experiencias, en donde conoció, en 1934, a Valentina GregorovnaIvanoff, una joven que se imponía con la belleza boreal de las mujeres rusas. La historia entre ellos iba bien, aunque con poco dinero, y por eso sus amigos organizaron una función de beneficencia para reunir el dinero necesario para la boda. Los carteles de aquella función ya anunciaban un Cantinflas incipiente, descrito como "el cómico que le hace olvidar sus tristezas": estaban mal. Es justo lo contrario lo que le da vida al personaje: su realidad indiscutible. Con sus películas, uno no se olvida de sus tristezas, sino que aprende a verlas a la cara: a reírse de ellas o a sufrirlas con ganas.
Maestro en el deporte mexicano del doble sentido, muchos de sus diálogos revelan una conciencia social inusual en las comedias de aquella época. Cantinflas es pueblo, es la gente que sale a trabajar todos los días, es el funcionario o el desempleado, el candidato de vecindad, el burócrata y el borracho, el padrino y el compadre. Es el mexicano en harapos, con un retazo de tela al hombro "la gabardina" como parte indispensable del disfraz de circunstancias, con los pantalones tan caídos como el salario mínimo y desafiando la estética con sus dos hilachas de bigote. Como él lo definió alguna vez: "Cantinflas es un hippie, pero un hippie autóctono".