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EL SÍNDROME DE ESQUILO

SAÚL ROSALES, 70 AÑOS

VICENTE ALFONSO

Ayer viernes, Saúl Rosales cumplió 70 años. A mí me parece que fue la semana pasada, pero en realidad hace casi quince años que lo conozco. He narrado esta experiencia en ocasiones anteriores: fue en 1996, cuando entré a estudiar Periodismo a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Coahuila. Rosales impartía allí una de las materias, Taller de Redacción. Yo ya lo conocía indirectamente porque había leído su segundo libro de cuentos, Autorretrato con Rulfo.

Observador desde siempre, Saúl notó que yo llevaba mi cuaderno forrado con una foto de Mario Benedetti, que por aquel entonces acababa de publicar Andamios. Yo apenas había leído La Tregua y Montevideanos, pero no esa última novela. Rosales me la prestó.

Fue el punto de arranque de una charla entre Rosales, Ricardo Lozano Rangel y yo. A veces, cuando sí íbamos a clases, el Maestro nos facilitaba más libros: Benedetti, Lezama Lima, Agustín Yáñez, John Updike; pero ni siquiera el apego compartido a la literatura nos salvó, ni a mí ni a Lozano Rangel -que en paz descanse- de reprobar por acumulación de faltas.

La condición de Rosales para no enviarnos a recursar la materia fue que hiciéramos un ensayo sobre las Tragedias de Esquilo: debíamos entregarle el texto en el Teatro Isauro Martínez, donde aún hoy dirige el taller literario cada sábado.

Yo fui, entregué mi texto y a partir de entonces me presenté al taller cada semana durante los próximos ocho años. Aquella experiencia me marcó para siempre, no en vano mi primer libro de cuentos se llama igual que esta columna: El Síndrome de Esquilo.

Durante años, cada vez que me fue posible, me aparecí en la Sala Elías Murra a las 11:00 hrs. con un texto en la mano. Entre los consejos de Rosales que recuerdo con mucha frecuencia está la recomendación de pensar en escribir libros, no textos dispersos. Hacer libros permite construir con disciplina, permite explorar y exigir cada vez más de la pluma.

Como el propio autor definió alguna vez, lo más preciado que tiene un escritor es el vocablo: "la palabra es una presencia constante en mi mente, en mi conciencia, porque, para decirlo románticamente, ha sido mi única posesión real en la vida".

Lo he dicho y lo he escrito muchas veces: La Laguna tiene talleres del más alto nivel. Le debemos mucho a personajes que abrieron el surco para que las letras hallaran su espacio en el desierto coahuilense.

Mucho están haciendo también quienes ahora trabajan en favor de las letras en la Comarca. A eso hay que añadir que el papel de los talleres es especialmente importante en la región porque no tenemos una Facultad de Filosofía y Letras. Con la Escuela de Escritores de La Laguna (afiliada a la Sogem), se avanzó mucho en subsanar ese hueco. Afortunadamente, al desinterés de algunas autoridades se opone cotidianamente la generosidad de los maestros como Saúl, siempre dispuestos a prestar libros y hablar de autores con quienes llegan a clase con la foto de algún escritor en el cuaderno. vicente_alfonso@yahoo.com.mx

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