Han transcurrido cerca de tres meses de desaparición del Jefe Diego o mejor dicho de su presumible rapto. Hasta ahora se sabe muy poco de lo que ocurrió aquella noche. Lo que se conoce ha salido en la prensa junto con el texto de una carta y dos fotografías en las que se le ve con el torso desnudo y una venda sobre sus ojos que le cubre parte del rostro. En la última carta manuscrita hace un llamado a sus parientes para que no regateen el monto del rescate que exigen sus secuestradores. El hombre se muestra agobiado, sabe que el tiempo transcurre en su contra. No ha de ser como un paseo por el malecón del puerto de Acapulco, con la ventisca golpeándole su rostro, es, por el contrario, un feroz tigre que ha sido sometido a la peor tortura: ser vejado privándosele de su libertad. Además de la congoja que eso le produce padece de la secuela que le dejó una intervención quirúrgica. Es un hombre ya mayor, de un recio carácter que hasta antes de ser tomado como rehén, al arribar a su rancho La Cabaña, enclavado en el municipio de Pedro Escobedo, no creía que alguien osara siquiera tocarlo. ¡Cincuenta millones de billetes verdes!
Sin considerar que se haya llegado a presentar el síndrome de Estocolmo, que es cuando la víctima de un secuestro, desarrolla una relación de complicidad, pudiendo acabar por ayudar a sus captores a evadir a la policía. El nombre viene de un hecho por demás curioso que aconteció en un banco de Estocolmo, cuando una de las víctimas al ser liberada por las fuerzas del orden fue captada, poco después, besando a uno de sus captores, defendiendo, junto con los otros secuestrados, a los delincuentes, negándose a colaborar en el proceso legal. Como causas posibles de ese raro comportamiento, se menciona que ambas partes cooperan con el propósito de salir ilesos del incidente; o, los rehenes tratan de cumplir los deseos de sus captores, pretendiendo protegerse; o bien, los delincuentes se presentan como benefactores, naciendo una relación emocional con sus víctimas; o bien, es un reflejo de la infancia cuando pretende acabar con el enojo de sus padres que le exigen un comportamiento ideal, cuyo recuerdo se activa posteriormente en una situación extrema; o bien, la víctima puede identificarse con los motivos del autor del delito, convenciéndose de que tiene algún sentido su pérdida total de control sobre sí mismo, lo que le hace más soportable la situación.
Un periodista de El Universal, José Cárdenas, recibió y divulgó un mensaje que le fue enviado por los plagiarios que en la parte medular que aquí interesa, dice: "Mientras tanto, a más de dos meses de su desaparición, al Jefe Diego le ha dado por confiarnos algunas de sus cuitas, de sus negocios, así como de sus amores y desamores, personales y políticos. Aunque luego, y ya casi postrado por la depre en su nueva forzada y recóndita curul, le ha dado por exclamar imparable y angustiosamente: "Diego, David, Claudia, Rodrigo, Liliana, ¿están ahí?". Creo, la idea me da vueltas en la cabeza, que podemos hablar del síndrome de Estocolmo, lo cual es de una gravedad extrema, pues no dicen lo que les ha comunicado de los asuntos políticos en que ha participado; ¿qué tal si en su forzado cautiverio los hace partícipes de secretos a los que tuvo acceso en pasadas elecciones? ¿Qué tal si revela cuestiones embarazosas de su amistad con un siniestro ex presidente y las confidencias que éste le haya hecho, por ejemplo, de cómo bloquearon las aspiraciones al peje Andrés Manuel y de cómo adquirió los terrenos de Punta Diamante, los recibió: ¿en pago de qué servicios? Y así, otras interesantes curiosidades del mismo jaez, ¡unjú! En fin, esperemos lo liberen sin más dilación, antes de que cometa mayores indiscreciones y su salud se vea más afectada.