Toda la semana nos han bombardeado hasta con los más triviales detalles del absurdo balazo que tiene hospitalizado a un futbolista.
Los medios de comunicación, incluidos los periódicos donde el espacio es escaso y el papel costoso, han pasado del suceso a las anécdotas y ahora estamos en las fábulas: que si abrió los ojos y reconoció a su mami, que si calza unos tenis negros como aseguró una afanadora del hospital; y ni siquiera faltó la tonta que aprovechó la tragedia para ponerse ante cámaras para declarar que tuvo un hijo con el bribón que supuestamente disparó al futbolista.
Sin pretender restarle importancia al hecho de por sí desgraciado de que un hombre le dispare a otro, mi preocupación tiene que ver con desenredar esa interminable madeja que llamamos identidad mexicana. Ante la violencia descarnada, brutal, que asuela en este momento la vida de todos los mexicanos, es inevitable que me pregunte si eso de traer pistola y disparar a lamenor provocaciónforma parte de nuestra identidad.
Por razones de trabajo voy camino a Guanajuato donde la vida no vale nada, según cantamos hace ya bastantes años. Por asociación recuerdo a Jorge Negrete, a Pedro Armendáriz, a Luis Aguilar, al “Indio” Fernández, charros todos ellos de la época más entrañable del cine nacional, y me resulta imposible imaginarlos sin pistola, sin tequila, sin bravuconería. Me pregunto si ese cine casto, inocentón, sería la escuela de los pistoleros de hoy o era simplemente un espejo que ya reflejaba la violencia de nuestra sociedad. “Nomás tres tiros le dio” Juan “Charrasqueado” a la pobre de Rosita Alvirez por el grave delito de no querer bailar con él; nos canta un viejo corrido que igual que los de hoy, ya musicalizaba la violencia.
Y ahora que ando de recuerdo en recuerdo, también allá por mi temprana juventud, la familia entera se cimbró una mañana con la noticia de que una hermana de mi padre le descerrajó cinco balazos a un conde italiano que era su yerno. Es verdad que el tipo era un patán, pero siempre he pensado que no era para tanto.
Entre las muy variadas definiciones que he recibido de lo que es nuestra identidad, me parece pertinente la que afirma que “es el resultado de la mezcla de nuestra historia con otras; por un lado lo que recibimos y por otro nuestra propia obra”.
Revisemos pues lo que recibimos: nuestra clase política es el mejor ejemplo de la falta de valores cívicos y un individualismo refractario a toda noción del bien colectivo, el fraude es parte de sus reglas de juego y el ejemplo cunde: si ellos pueden hacerlo con toda impunidad ¿por qué yo no? Y así, inspirados por ellos, los que hacemos es empezar por copiar en el examen y terminar ufanándonos de engañar al fisco.
Sigo especulando sobre la identidad mexicana, pero de momento prefiero alimentar la esperanza con el sueño de Ikram Antaki (QPD) que no tengo duda, todos compartimos: “Un día nos volvimos por fin un país ideal; instalamos la razón en lugar del delirio y el derecho en lugar del abuso. Entendimos el papel unificador, dignificador, del Estado.
Protegimos la República, que es la madre, para poder amar la democracia, que es la hija. Domamos las pasiones políticas y definimos y vivimos los valores comunes. Los maestros volvieron a ser los húsares del país; el último mentiroso emigró a la Conchinchina y el último ladrón quedó tras las rejas. Despreciamos el recurso de la violencia. Los medios de comunicación prefirieron ser el antipoder, a ser un nuevo poder abusivo y todos unidos nos pusimos a construir una civilización original y tolerante.
Revisemos pues lo que recibimos: nuestra clase política es el mejor ejemplo de la falta de valores cívicos y un individualismo refractario a toda noción del bien colectivo, el fraude es parte de sus reglas de juego y el ejemplo cunde: si ellos pueden hacerlo con toda impunidad ¿por qué yo no? Y así, inspirados por ellos, los que hacemos es
empezar por copiar en el examen y terminar ufanándonos de engañar al fisco.
Sigo especulando sobre la identidad mexicana, pero de momento prefiero alimentar la esperanza con el sueño de Ikram Antaki (QPD) que no tengo duda, todos compartimos: “Un día nos volvimos por fin un país ideal; instalamos la razón en lugar del delirio y el derecho en lugar del abuso.